jueves, 6 de diciembre de 2012

4

Mi deber era dejarme llevar. Yo, no mi vicio. El vicio era el agujero negro, era el pozo sin fondo, era la necesidad de perderme al no ser nunca capaz de encontrarme. El vicio era mi amor focalizado por entero hacia el exterior, hacia otro. En un principio pensé y me creí que era amor ese vicio. Al ver que era exigente, pensé y me creí que no era amor, que para serlo debía ser incondicional, y me doblegué todavía más sumisamente a mi objeto de vicio. Convencida de que todo lo que yo hacía o pensaba era sucio, convencida de que solo me purificaría el perdón del ser amado, pensé y me creí que debía comprender, perdonar y tolerar todo lo que pudiera ofenderme, porque pensaba y creía que eso era, sin duda, símbolo de amor. Mi palabra favorita hasta hoy (y por fin expulsada, destruida): justificación. Justificaba con este corroído símbolo de amor mi sumisión, y necesitaba justificarme para poder seguir a su lado. Necesitaba encontrarme perfecta y hermosa en sus ojos. Todo ha sido una mentira. Y lo siento más por mí que por él. No es culpable de que yo lo haya tolerado todo, pero sí es culpable de todo lo que yo toleré. Yo era la primera engañada por mi pasado. No me culpo, por fin. Es algo más hondo que un simple ideal. Sumisa como me he mostrado hasta ahora, ningún amo va a entenderme. Dentro de mí se escondían la culpa y el desprecio, que buscaban siempre el perdón y la aprobación de los demás, aunque lo que hacían cotidianamente era reconocerse y estigmatizarse (y morderse y arañarse) en los reproches de otros.Y escocer ardiendo incapaces de perecer.

No hay comentarios:

Publicar un comentario