miércoles, 6 de febrero de 2013

Hay en el animal una inocencia que se me antoja camino de vuelta al origen. Anterior al juicio que distingue y sopesa, le procura al gesto la precisión que la razón le niega cuando se activa en territorios que no le pertenecen. Y cuánto esfuerzo le cuesta lograr un "acierto" allí donde, sin ella por guía, habría certeza. El ser humano "desarrollado" se enorgullece de los logros de su inteligencia, pero cuán torpe es, cuán pobre y desasistido cuando pretende comportarse de acuerdo con la naturaleza. Yo aprendo de un animal todo aquello que mi voluntad traba. Y aprendo, también, mi desgracia, mi inferioridad y mi condición de extraña en este mundo que no sabemos proteger lo suficiente. Contemplo, voy hacia ellas, hacia las bestias, me "abestio", je m'abêstis, como sugería Montaigne. Aunque para el hombre enaltecido s'abêtir ("idiotizarse sería la traducción de la palabra en su uso común) es rebajarse, volver al estado de salvajismo en el que, según sus teorías, estábamos al principio y en el que la carencia de leyes nos llevaría a matarnos unos a otros "sin razón". Olvida que las reglas que acorde a razones han de darse los seres humanos para convivir sin daños no son en absoluto necesarias en el reino animal. La acción de un animal, que nunca opera contra el bien de todos, no difiere de la ley natural.
La inocencia de las bestias, la aceptación incondicional por parte de cada una del lugar que ocupa en la cadena y la asunción, por otra parte, de ese ejercicio de crueldad que es, para cualquier buen entendimiento, un mundo organizado sobre el hambre en una rueda sin fin de resistencia, miedo, dolor y muerte, es para mí algo más que una lección de humildad. Chuang Tsé, cuya sabiduría era grande, refiere este consejo, que daba el Señor del Mar del Norte al Conde de los Ríos: "procura que lo humano no destruya lo Celestial en ti; procura que lo intencional no destruya lo necesario". Para conseguirlo, para conservar lo necesario se ejercitaban los taoístas en la espontaneidad. El recogimiento (no-mente) antes de lanzar la flecha o trazar la línea con el poncel, la "détente du tigre", como decía Michaux aludiendo al gesto certero del tigre que salta sobre su presa, pero también la conciencia del gesto cotidiano, esos gestos que realizamos sin necesidad de que el pensamiento los anticipe. No creo equivocarme al pensar que también a ello aludían Hui-Neng y otros maestros del budismo Chan cuando hablaban de la necesidad de hallar el "rostro original". Lo celestial, el rostro original, no es otra cosa, a mi entender, que la sabiduría de las bestias.

Chantal