viernes, 14 de diciembre de 2012

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La fuerza debe radicar en el preciso momento en el que dejo de respirar, en esos momentos en que "clic": me subordino. Es el mismo gesto que tirarse por un precipicio. Cuando el alma no quiere soportar más la tragedia que le supone lo que inevitablemente vive desde unos ojos que no son los suyos, quiere dejar el cuerpo, y empieza por no respirar. Es un intento de suicidio. Pero olvida que está en un ser vivo cuyo cuerpo volverá a respirar por instinto de supervivencia. Entonces, lo único que causa es dolor, ya que dificulta la correcta oxigenación del cuerpo que la contiene. Esto se refleja en el incorrecto funcionamiento de la mente, que también es cuerpo, y me pierdo. No me encuentro, porque asumo la visión de la tragedia como única. Y duele como si muriera, pero siempre se queda en intento fallido. La fuerza debe radicar en el preciso momento en el que dejo de respirar. Debo encontrarla ahí. Un paso en falso y, en una milésima de segundo, otro intento fallido, otra vez más dolor. Pero si casualmente he hallado la fuerza, nada.

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