domingo, 8 de diciembre de 2013

45

Siempre vuelvo a estar verde. Soy como una cría. Una y otra vez vuelvo a dudar, vuelvo a verme afectada por lo que piensen de mí, vuelvo a desacreditarme, a infravalorarme. ¿Qué es la madurez? Vuelvo a ser una y otra vez una adolescente, con sueños fugaces de reencuentros románticos con viejos amores, con decepciones que me rompen y me estrellan contra el suelo... una y otra vez, una y otra vez. La única diferencia está en que ahora sé que soy así, sé que cuando sueño gilipolleces lo mejor es dejarlas pasar, y se que cuando me la pego el dolor en unos días será cada vez más insignificante, y gracias a esto me arriesgo menos y sufro menos, pero me ahogo en el autodesprecio a menudo. Me hace más sabia conocerme, aunque lo que sé de mí es que soy una inestable, que es justamente lo que me hace perder la confianza en mí. Es la pescadilla que se muerde la cola. Como siempre, como un instante, siempre.
Todo esto se apodera de mí a menudo, cuando tengo tiempo para pensar, que es a menudo. Se apodera de mí hasta el punto en que no existo yo y solo existen mi angustia y mi neurosis, mis reproches y preocupaciones, la preocupación por una apariencia que tampoco es que se vea demasiado manchada. No sé, existe un punto en el que pierdo el control de mí misma, y me desquicia. No lo soporto, pierdo la paciencia, quiero tener el control, es lo único que me da paz y seguridad. Admití y he conseguido aprehender que no puedo controlar absolutamente nada; no pretendo controlar a mis seres queridos, lo que me sucede cada día, las palabras que elijo usar cuando hablo... pero no consigo aceptar el influjo negativo que ejercen sobre mí mis preocupaciones vanales, mis emociones exacerbadas, mis heridas del pasado, mis temores del futuro o el pequeño vacío existencial que siempre existe en mi mente. A menudo cogen dimensiones gigantescas que no quiero que existan, no quiero que se apoderen de mí... Pero soy humana, una humana compleja. Debería aceptarlo.

viernes, 27 de septiembre de 2013

44

Supongo que la única explicación es que todavía te guardo rencor, que todavía gravas en mi cuerpo astral, cercano a mi alma. Cualquier contacto contigo, a menudo incluso pensarte, crea una vibración que no consigo apaciguar, engulle mis fuerzas. Se dispara y ya está: mi mente se dualiza mucho más de lo habitual y en mi cabeza martillean mil preguntas, mil respuestas, que pretenden ser más logicas que nada. En todo caso, tú produces en mí un rechazo. Tú, tu imagen de ti en mí, tú como objeto. Entro en conflicto porque percivo tu subjetividad, miro el mundo desde tus ojos y puedo sentir como sientes, pero al mismo tiempo, justamente por conocer o sentir que conozco tu interior, te juzgo como objeto, te condeno. Te condeno irremediablemente. No te puedo perdonar, por mucho que quiera mi mente. Te quiero, te quiero, pero ahí está el rechazo. No puedo interpretar con humildad e inocencia ni una sola palabra tuya, ni una sola. Me hago fría lógica, pasión terrenal empeñada en invalidarte. Y no puedo controlarlo si no me aparto. Desconfío de ti, te desprecio. No puedo entender que no pienses en cómo se sienten los demás, aunque haya miles de personas que actúan así. No puedo entender que no pueda entender eso. Supongo que odio que nunca hayas podido estar en mi interior como yo lo he estado en el tuyo. Quizas sea la falta de esta unión lo que ha hecho que yo haya tenido tan poca importancia en tu vida. Sí, yo me impregné en tu ser y tú no. Eso debe ser, definitivamente, lo que no puedo soportar: esta distancia inmunda.

domingo, 15 de septiembre de 2013

43

Te hablo desde el corazón:

No creo que deba seguir en este orden, y tampoco creo que pueda. Ya que tampoco puedo hacer nada más, es posible que haya llegado la hora de la retirada. No veo equitativo todo esto. En parte quiero aceptarlo, ceder, y mantenerte, pero me duele. "Me asusta estar tan bien solo". ¿Solo? ¿En serio? Me siento despreciada. Puede que al querer protegerte intentes engañarte quitando peso al papel que desempeño (yo y más gente) en tu vida. "Yo soy un caparazón insensible, anti-amor, y estoy mejor que nadie solo". Solo, ¿a pesar de tener toda mi atención, mi apoyo, mi comprensión, el 100% de mi compañía cada vez que puedes? Solo, ¿a pesar de tener a Alía, sexo y compañía sin reproches, sin quejas, sin exigencias, sin responsabilidades de pareja? Te atreves a creer que estás solo, ¿con unos padres que te cuidan y te dan todo lo que necesitas sin cortarte ni una vez las alas, sin pedirte nada a cambio, sin pedirte explicaciones? Puede que al tener todas las necesidades -de amor, afecto, compañía, sexo, comida, cariño, apoyo...- satisfechas creas que tú esas necesidades no las tienes, pero te engañas. Las tienes, todos las tenemos; el ser humando se alimenta de estas cosas, y es por eso que nos las ofrecemos los unos a los otros. Todos los que estamos contigo, Fran, nos sentimos excluidos de tu consideración. Si te lo hecháramos en cara nos excluirías también de tu vida, por eso no te decimos nada. Por eso y porque no creemos que tengamos que exigirte nada, creemos que debería salir de ti, y como no sale pues lo que decía al principio: intentamos aceptarlo, ceder y mantenerte. Pero una se cansa, a una le puede el dolor. No quiero seguir siendo tu juego seguro, Fran. No quiero formar parte de este mundo tuyo de insensibilidad -aunque conmigo seas más sensible-, disociado de los que te queremos, mientras sigues creyendo que estás solo. No quiero estar presente en tu vida como estoy ahora si en tu percepción eso es estar solo. No quiero participar en tu juego, un juego inconsciente, pero un juego a pesar de todo, en el que tu ganas y yo pierdo. Tienes todo lo que quieres y yo no. Esto no es equitativo. Esto que lees es mi dolor profundo, no es ningún reproche, no es una exigencia, no es nada. Soy yo, aquí, irradiando mi pesar. Suelo quitarle peso yo misma, con tal de mantenerte, por eso tú a menudo ni eres consciente. Tú estás en tu mundo, allí: ni sabes lo que tienes en casa ni el altruismo que se gasta en ella para ti. Vas y vienes, pintas, juegas, fumas, te distraes de diversas maneras... Ves a Alía sin saber que lo último en lo que piensa es el sexo en sí cuando te busca. Me ves a mí cada x meses, compartes casi todo tu tiempo conmigo, intentas cuidarme, intentas ser consciente de lo que me pasa y lo que no, intentas tenerme en consideración más de lo que lo haces con nadie... Yo soy consciente, con ello me fascino y alimenta mi paciencia y mi esperanza respecto a ti, imagino que es signo inequívoco de que me quieres más que a nadie... Pero, sin embargo, dudo que estés enamorado de mí. Al menos ambos sabemos que predispuesto al enamoramiento no lo estás, y así seguro que no podrás amarme... Aquí yace la iniquidad. La raíz es injusta. Gracias por tu interés y tu esfuerzo, te lo agradezco de corazón, pero no quiero que cuidarme sea para ti un esfuerzo, lo que realmente querría es que anhelaras cuidarme y compartir tu vida conmigo tanto como lo anhelo yo.

lunes, 2 de septiembre de 2013

42

Existe en el ser humano la gran necesidad de no sentirse solo, pero en realidad siempre lo está. No hay un solo minuto en el que nos hallemos acompañados, aunque pueda darnos esa impresión, en esos momentos únicamente estamos con nuestros deseos proyectados en los  demás y en el entorno. Te das cuenta cuando los sueños no se cumplen, cuando todo se desmorona. Me empeño en encontrar la mejor compañía y, sin embargo, puede ser la peor cuando busco en ella el apoyo que no soy capaz de darme a mi misma. Y, una vez más, despiertas del sueño y vuelves a ser consciente: "Sólo yo estoy contigo todo el tiempo, sólo yo tengo la capacidad de escucharte, sentirte y comprenderte como lo necesitas, Carla". Sólo tú, Carla, sólo yo. ¿Por qué buscamos el apoyo fuera, una y otra vez? Porque quizás nos parece más real el mundo externo, más tangible, menos complejo. Solemos perdernos en los laberintos de mi mente, yo y mi conciencia, y a menudo vamos separadas. A veces tengo que separarme de ella para acercarme más a los demás. Dudo que a quienes me acerco sean solamente la proyección de mis deseos, son demasiado palpables, vibran en exceso, los comprendo más que a mí. A veces necesito acercarme a ellos para que encuentren el apoyo que podría estar dándome a mí misma, porque veo claramente que, como yo, ellos tampoco pueden servirse de apoyo. Puede que la perfección de ir siempre de la mano de tu conciencia sea intrínseco en el espíritu, pero que mientras sigamos en un cuerpo y en una mente, en este mundo, al fin y al cabo, sea inevitable que nos perdamos, que queramos perdernos como niños por las sendas de un bosque que se nos antoja mágico. Dudo que tenga que deshacerme de esta necesidad de estar para los demás, aunque sí anhelaría no desear que sea correspondido. Quizás sea demasiado exigente, conmigo y con los demás, pero hoy, yo y mi conciencia nos hemos puesto de acuerdo: no creemos que esperar apoyo y comprensión de los demás sea una condición de un amor que debería ser incondicional. Mi amor es incondicional, nadie debe cumplir ninguna condición para que lo ame, pero mi persona necesita determinadas atenciones, necesita una consideración. Todos mientras estemos vivos necesitamos un apoyo externo, algún trozo del terreno en el que podamos pisar firme. Supongo que el primer paso es aceptar esta fragilidad. Ser frágil duele, pero fingir una fortaleza que no se tiene hace más daño aún, el problema es que uno no se da cuenta porque ya está dolorido. Supongo que el segundo paso es proteger tu fragilidad tu mismo, expresarla sin tapujos, que tus seres queridos observen y vean que eso es tu punto débil, que ahí es donde reside tu dolor. Si para ellos el amor es lo mismo que para ti, estarán de acuerdo con su conciencia en que ese es momento para allanar el terreno para poder recibir primero tu tanteo dudoso y luego tu paso firme. La cuestión es: ¿tus  seres queridos podrán ser tu apoyo? ¿tendrán esa capacidad? Forma parte del camino vital aprender a amar. Unos nacerán con ello, otros lo adquirirán... Lo que es seguro es que mostrar tu fragilidad les ayudará a darse cuenta. No los sobreprotejas, no intentes que no se lleven el chasco de saber que algo te ha dolido, muéstrales tu mayor dolor y hallarán el mejor camino para el amor.

41

Esta vez no duele el deseo insatisfecho, duele la posibilidad de que no exista la posibilidad de un futuro en el que estemos juntos. No deseo que permanezcas atado a mi lado, deseo verte volar, pero concibo con demasiado gusto y nitidez un futuro a tu lado, visión que al desaparecer cual posibilidad que al final no se cumple, deja una agujero negro tras de sí que tiñe de gris monotonía los árboles, los ríos que invaden el mundo, y poco a poco absorbe toda la realidad, esa que al parecer debería existir sin ti a mi lado. No, contigo pocas veces duele el deseo insatisfecho, contigo alcanzo la pureza del amor.

miércoles, 21 de agosto de 2013

Osho

No luches con el miedo; si no, tendrás cada vez más miedo y entrará en tu ser un miedo nuevo: el miedo al miedo, que es muy peligroso. El miedo es una ausencia. El miedo no es más que la ausencia del amor. Haz las cosas con amor, olvídate del miedo. Si amas bien, desaparece el miedo. Si amas profundamente, no hay miedo.
Cuando te enamoras de alguien, aunque solo sea un instante, ¿sientes miedo? No se ha producido ninguna relación: si dos personas están profundamente enamoradas hay un encuentro, están en armonía, no puede haber miedo. Es como cuando la luz está encendida y no hay oscuridad; ésta es la llave maestra: AMA MÁS.
Si sientes que hay miedo en tu ser: ama más. Sé valiente en el amor, ten coraje. Sé aventurero en el amor, ama más, ama incondicionalmente, porque cuanto más ames, menos miedo tendrás.

Osho, Coraje

martes, 23 de julio de 2013

Sobre los textos sapienciales

Encontramos en la cultura moderna una grave pretensión a la universalidad. Existe en el hombre un instinto de universalizar sus convicciones, pero esto es fruto del pensamiento analítico de occidente. Lo universal no es la suma de lo particular ni la extrapolación formal del concepto. Según la filosofía oriental, lo universal se consigue mediante la profundización de una experiencia singular que permite ponernos en contacto con toda la realidad en la singularidad de una vivencia concreta; por lo tanto, lo universal se consigue por la experiencia profunda de lo concreto que únicamente es alcanzable mediante el amor, que surge de la ruptura de la dicotomía entre sujeto y objeto.
Toda sabiduría es universal cuando se la vive en su concreción profunda, y es particular en cuanto a su lenguaje e interpretación. Quienes tienen esta experiencia profunda no perciben incompatibilidad de creencias, descubren que debajo de las respectivas vestimentas late el cuerpo mismo de la realidad.
La sabiduría tiene una función salvífica que solo se puede realizar mientras la experiencia de la realidad no se haya escindido, en praxis por una parte y en teoría por la otra, del camino existencial del hombre hacia su plenitud.
El pensamiento oriental es polisémico e irreductible a un solo concepto, reducirlo a una unidad lo condena a ser formal y, por lo tanto, abstracto. Este solo permite hacer con él operaciones de deducción, de introducción y de estadística. Extrapolar leyes del pensar lógico ya es cometer un error lógico.
En occidente por pensamiento se entiende la facultad de utilizar un instrumento (la razón) que permite predecir y controlar.
Muchas religiones sostienen que la sabiduría está en nuestro interior e incitan a conservar el sosiego interno, ya que es más importante que todo aquello que nos lo hace perder.
Pero no podemos confundir interioridad con intimismo individualista, nos hallamos ante una necesidad de reconciliación e integración del interior y el exterior. La verdadera realidad es interior; los valores auténticos son invisibles a la mente si no va acompañada del espíritu (la fe), la cultura real es el cultivo del alma. Lo que vale no se ve, lo que nos convence y moviliza es la esperanza en lo invisible.
Además, lo que se considera un conocimiento real es lo que cuenta, y lo que cuenta es lo que los hombres valoran, y lo que estos no valoran no sirve, a no ser que sea impuesto, y entonces no es una esperanza.
Lo que cabe destacar es que la objetividad no agota lo real, tampoco la subjetividad. Interioridad y exterioridad no se contradicen: se condicionan. Esta interioridad que refleja el exterior lo condiciona en virtud de una armonía cósmica potente y frágil (karma). La intuición advaita (o a-dualista) no parte, corta la realidad, ya que un polo no sería polo sin el otro. Un conocimiento sin amor no entiende esto; le hace falta reducir las cosas a una unidad para hacerla inteligible. Un amor sin conocimiento tampoco acepta. El amor tiende a la unión, sin conseguirla nunca, pues entonces desaparecería la tensión necesaria para el amor. Solo el conocimiento amoroso o el amor cognitivo, advaita, descubre la armonía. Hace falta esta intuición amorosa.
Occidente ha descubierto el concepto como resultado de la operación mental de la abstracción, hasta tal punto que se representa la filosofía como un álgebra conceptual sobre los últimos problemas. Así, los conceptos tienen una pretensión de objetividad en cuanto son válidos para todo sujeto una vez aceptadas las premisas en las que se basan. Todo concepto posee una inteligibilidad objetiva.

Oriente, en cambio, se basa ante todo en el reconocimiento simbólico. El símbolo lo es solo para aquellos que lo reconocen como tal, solo es tal cuando se simboliza y se simboliza cuando se descubre lo simbolizado en él. El conocimiento simbólico no puede confundirse con el conceptual, de ahí la importancia de la metáfora. La fe se expresa en símbolos, no en conceptos. El pensar metafórico es una clave para entender una buena parte de los textos sapienciales de todas las religiones, ya que, aunque es el menos exacto (y por este motivo), es el que más se acerca a la realidad.

Resumen y adaptación de la presentación de Raimon Penikkar a los Yoga Sutras de Patañjali

viernes, 19 de julio de 2013

40

En la embriaguez todo se me antoja perplejo. Nada más sentarme enfrente del escritorio se ha puesto a llover. 4:08 a.m., parece que todo estaba predispuesto, incluso mi embriaguez, si no no me encontraría escribiendo a estas horas de la noche. El mundo va más allá de lo que yo podía esperar, una vez más. Ojalá el aturdimiento que me inunda fuera ocasionado por un calor humano y no por el alcohol que recorre mis venas. Nunca podrás formar parte de mis tejidos como él. Podría la lluvia disolverse en la noche, pero en su esencia siempre estarán distanciadas, siempre conformaran figuras distintas. ¿Por qué mi percepción es capaz de ver que son una? ¿Por qué ha dejado de llover? Es la respuesta a mis preguntas: silencio; nada. Es lo que debes ser para mí, es lo que eres y lo que soy. Resulta inevitable anhelar que seas ella y que mojes mi cuerpo, y que te confundas con la noche. Es imposible que mi realidad no se vea afectada por lo que me transmite la existencia, por más que pueda anhelar algo distinto. Si no fuera así nadie escribiría esta noche estos pensamientos, tampoco nadie sentiría mis náuseas. Sinceramente me pregunto si no serán algo más que el efecto del alcohol. Tal vez sea el vértigo de ansiar y no tener, de contemplar el objeto deseado desde el filo del acantilado de mi ser. Vuelves a arrojarte sobre mi descampado. Y es tuyo, parece más puesto ahí para ti que para mí. ¿Hasta qué punto la vida no es sobrevivir? Deja de caer ahora, por las mañanas, en los montes... deja de invadir el recelo, deja de engullir las vidas que no tienes... No puedo detestarte aunque quisiera, y no quiero compadecerte aunque puedo. 

jueves, 4 de julio de 2013

39

Habías adoptado una nueva forma, deseo. Gracias por disponerte a desaparecer de nuevo. Siempre puedes irte a tomar por culo y dejarme así, sin ganas, con hambre y consciente de que estoy sola. Luego, siempre puedes volver a aparecer, en otro cuerpo y otra risa, e instalarte en mi pecho y alimentarme. ¡Alímentame, joder! ¡Alímentame o consúmeme! ¿No podrías permanecer en mi vida de alguna manera mínimamente permanente, para que yo pudiera ir vislumbrándote en el horizonte y así pudiera andar, pudiera tener fuerzas para hacerlo? Definitivamente yo no debería vivir. Sin ti no puedo. Y no me parece encantador necesitarte para tener ganas de vivir.

martes, 11 de junio de 2013

38


Voto por que los amantes den un empujón a la persona amada cuando esta no ve el siguiente sitio donde poner el pie o no lo encuentra, o, sobre todo, cuando no tiene fuerzas para darlo, en lugar de acurrucarse a su lado en la cama y secarle las lágrimas antes de apagar la luz.

lunes, 20 de mayo de 2013

37

No puedes pretender que el todo no haya dejado nada, ni un resquicio de su paso por mi alma. Sería maravilloso que así fuera, pero fuiste mi sepulcro, y tu recuerdo todavía pesa como una losa dependiendo de cómo acuda a mi mente. No, no puedes pretender que dos años de silencio ahora se resuelvan en unos cuantos párrafos, no puedes pretender que me contente con estos después de todo, no puedes pretenderlo, o sí puedes, pero es una equivocación, porque del único que se puede esperar que este todo sea nada es de mi ser, y para este nunca podrá ser nada el todo. Es una gruesa y pesada losa la que se halla entre lo que fui y lo que soy, y te pertence. Solo tú puedes apartarla y sacarme del hoyo, para que en la superficie dejemos de hablar y empezemos a sonreír. Tus párrafos no apartarán el sepulcro, no puedes pretender que me libere de ese peso solo con palabras; estas mismas fueron las que me condenaron. En tu mano está, repito, que me quites el peso de encima con la fuerza del amor. El lenguaje es fruto de la mente, es la herencia de la tribu. Lo que realmente impulsa el mundo es el amor.

36

Se me quedó arraigada en lo más profundo la rabiosa necesidad de que no haya nada que nos una, para que no pueda confundirlo con mi desaparición. Si acude cualquier cosa a mi mente que me haga parecida a ti, o al revés, solo puedo sentir rabia, un odio irracional. No puedes ser como yo, no puedes refugiarte en lo mismo en lo que yo me refugio, no puedes ordenar tu caos como lo hago yo, no puedes encontrar la paz usando mis técnicas, no puedes parecerte a mí, no puedo parecerme a ti. Me creé a tu imagen y semejanza, porque apareciste en mi vida cuando yo todavía no era nada. Mentira, sí lo era, era una cascada de pasión. Me apasionaste, y me formé contigo; formé mis esperanzas, mis ideales, mi conducta, formé mis juicios, mis recriminaciones, mi ego. Y todo, todo lo que formé, en un momento precipitado (como mi cascada), dejó de brotar a borbotones de la nada, y se rompieron mis esperanzas, mis ideales, mi conducta, mis juicios... Mis recriminaciones y mi ego todavía clavan sus respectivos clavos en mi corazón cuando trato de mirarte de igual a igual. No puedo soportar nada que haga que nos parezcamos, me recuerda que durante un tiempo yo fui en ti. Me recuerda qué es no ser nada si no es en ti. Y vuelve a inundarme el vacío, el mismo que cuando descubrí que yo no era yo sino tú. No es ni racional ni voluntario, me compadezco de mí... Pero vuelvo a sentirme impotente cuando siento el vacío, como cuando no podía arrancarte la piel y ponérmela yo de vestido, como cuando no podía escudriñar tu mente y engullir tu alma para saciarme, como cuando no entonctraba ni saciedad ni sosiego. Todo lo contrario a mi estado actual, de ahí el dolor.

miércoles, 8 de mayo de 2013

35

La sensación de soledad, creada sin duda por la mente, es capaz de mantenerla como en un tarro de conservas embotada, en cuarentena. No fuera a ser que el virus se extendiera, y así dejara de ser ella la reina de mi estado espiritual e intelectual, dejaría de ser la reina de mi vida para ser la reina de mi cuerpo; un cuerpo sano que corrompería como hace con mi cabeza. Preferiría tener elección, y elegir la libertad, librándome de este cuerpo, engullida por el materialismo que lo corrompe, de la misma manera en que él devora todo lo que encuentra, del mismo modo en que cubre mis ojos de tantos ensueños que nubla la vista del alma -la sumerge en vinagre-. Sin duda, si la elección fuera mía y si existiera empíricamente esta enfermedad que anida en mi mente, escogería el contagio; si no me tuviera dominada la voluntad, esta se resolvería en corroer esta carne ansiosa, que no tiene más remedio que permanecer aislada, también, que no puede sino permanecer sola -con o sin soledad- el tiempo suficiente para no descomponerse impregnándose en la piel de los otros; para que las recreaciones de su desesperanzada mente no conmuevan ni el cuerpo ni el alma, con tal de que no se resuelvan en sumergirse en la bruma que quizás esconde el mar que asesinará la entidad que conforman sin que mi voluntad lo haya consentido. Huir de las consecuencias que desecha una voluntad que no existe.

viernes, 3 de mayo de 2013

34

Empiezo a coger velocidad; vueltas y vueltas sobre el cerco, que es el filo de mi vaso que no quiere derramarse, ¡quiere estallar! Intentar mantener la calma será honroso, pero una pretensión inútil. ¿Cómo podría estar cómo si nada con el giro que dan muchas tuercas de mi mente ahora? Gira una y empuja a la otra, y a otra, y se ponen en marcha mil mecanismos que yo no he pedido que se activen, pero las circunstancias de la vida lo mandan. ¿Cómo contradecirlas? Ya tengo la mente invadida de nuevo, ya no es mía; no puedo leer ni cocinar, solo puedo pensar. Cuando quiero darme cuenta ya me veo absorbida por los pensamientos.
Y la madre que parió al deseo. Esta noche solo he soñado cosas eróticas, me imagino pelis en que caballeros bien armados ("bien armados") me salvan de esta horrible levedad del ser, y me entrego y la intensidad me salva. ¿Cómo no? El libro con este título La insoportable levedad del ser me lo dejé en el autobús cuando fui a Soria, y antes de ayer justamente me vino a la mente, y no hace falta mencionar el sueño que tuve con Mario. Y ahora, AHORA, aparece. Escribo porque no puedo hacer otra cosa, sigo siendo obsesiva. ¿Cuántas veces había deseado que esto pasara? ¿Cuántas vences creía firmemente que no pasaría? Demasiadas, no concebía esta realidad que se me presenta ahora, pero la vida me estaba mandando señales, indudablemente.
La ansiedad me aturde, la neurosis me anula; como siempre últimamente tengo que hacer un esfuerzo para no quedarme absorbida, para no perderme. Es inevitable que en parte me disguste que se me meta tanto en la cabeza, como es inevitable que se me meta con lo que fue. Fue tu vida, Carla, te olvidas. No es cualquier ex amante que aparece en tu presente, al fin y al cabo; es un capítulo visceral y doloroso, que está haciendo las paces con el presente. Es lo que soñabas y has soñado tantas veces. Es el olor a porro, es recordar sorber un cigarrillo, es recordar el efecto del éxtasis. Es reencontrarse con tu peor vicio. La vida, definitivamente, últimamente me está poniendo a prueba. Qué placer.

jueves, 2 de mayo de 2013

*

243

No puedeshacerme daño.
Mi necesidad de ti es lo que me duele. Dejemos las cosas donde deben estar: el infinito, en su imposible; lo cotidiano, en su repetición. No queramos que lo maravilloso se repita, se haga estable, definitivo: lo mataríamos. Lo infinito no es temporal; el tiempo invade lo grandioso y lo banaliza. Y ¿qué hacer con esta necesidad de que perdure lo que más nos importa? ¿Qué hacer para no desear que invada nuestra vida y arrase hasta quedar tan solo eso, por siempre, únicamente eso? Contemplar una colada tendida en un balcón y decirse que es es lo que queda de un infinito cuando desciende a los márgenes de lo posible, cuando la maravilla se convierte en vida ordinaria. ¿Quieres eso, di, eso es lo que quieres? ¿Quieres hacer de tu vida una vulgar colada?
Pasa, pues, la página; ocúpate de lo que te importa, esas palabras inútiles que transmites a otros, con las que vas tejiendo mundos a la medida de nadie, pero que se venden a buen precio. Hablemos de filosofía. Subamos del corazón a la función lingüística, que agonice el deseo como un feto en el vientre. Cuando se pudra y huela, enquistado en las vísceras, preguntadme qué es esa baba negruzca que saldrá de mi boca cuando os hable. Yo os diré no importa, es la sangre de un muerto, y a veces habrá trozos de corazón oscuro, vomitaré latidos de carne, y cuando ya no quede nada que escupir, dentro de aquel vacío, en su centro habrá un recuerdo imposible, un no-recuerdo, la huella de algo maravilloso que se extirpó por necesidad, para no confundir los ámbitos, los tiempos, los contrarios, una huella, un arañazo, puede que una cicatriz, de esas que vuelven a doler cada vez que el tiempo empeora.

Chantal Maillard, filosofía en los días críticos

miércoles, 1 de mayo de 2013

33

         Ya he comprendido mi gran afición: me gusta soñar despierta. Me gusta imaginar, desarrollar, desenvolver en mi mente la vida de una forma más intensa, aunque cause dolor. 
             Esta madrugada me he despertado a las cinco menos cuarto o cosa así, algo angustiada, agitada y húmeda, por lo que había estado soñando. Me he ido al baño esforzándome en recordar el sueño que me producía ese malestar agrio, un escozor que parecía el de una herida recién reabierta, me irritaba el ánimo. Solo lograba recordar un cubo de agua volcado y yo recogiéndola muy disgustada. Hasta que, sentada en la taza he recordado todo lo anterior, que explica por qué estaba húmeda: había soñado con Mario. 
          La sensación del cuerpo caliente de Mario todavía estaba enganchada a mi piel, y la imagen de ambos devorándonos me clavó un vacío en el estómago. Eran las cinco de la mañana, debía relajarme o no me dormiría otra vez, pero ya era tarde. Me empeñé en recordar el sueño con él, me quedé prendida, le eché de menos. 
         En medio de la noche oscura, solenciosa, solitaria, mágica para mí, pues el resto del mundo duerme, quería recordar todo lo que había sentido, sumergirme en la herida para que el vacío no fuera en vano, quería rellenarlo otra vez con la ficción de mis sueños.
            Entonces es cuando caí en la cuenta de que eso es lo que hago con la existencia, y que es lo que hice con Mario. Soñar, soñar despierta. ¡Y pensar que yo he afirmado mil, tropecientas mil veces que no tengo imaginación! Lo que pasa es que parece que me parece inútil plasmarlo en un papel o en un lienzo, lo que me gusta es impregnar mi realidad con ella, embutirla en cada ocasión que se me presenta, con tal de vivir en ella y no en la -considerada por mí:- triste realidad. 
       Con Mario no había una intimidad increíble; era mi sueño. Yo quería que fuera increíble, sobrenatural y sigo queriendo que mi realidad sea así, por eso he soñado justamente esta intimidad con él. En el sueño, yo me metía en su cama, que era individual, y estábamos en la habitación de mi antigua casa, en la que dormía de niña. Estaba oscuro, era tarde, mi madre se había acostado ya, y yo, desnuda, me deslicé entre sus sábanas y me enganché a su piel cálida. Él también estaba desnudo y de espaldas. Era un reencuentro. El se daba la vuelta, nos abrazábamos, nos besábamos, en aquel microambiente apartado de la realidad propio de los amantes románticos, típico nuestro. Charlábamos, la acción se desarrollaba en el presente (no era el tiempo en el que estábamos juntos); me contaba cómo le va y yo le contaba que a mí no me va mal. Me cogía de las caderas y me subía encima de él, y me preguntaba sonriendo con picardía: "¿Podré penetrarte, no?", inseguro, creyendo, quizás, que dadas las circunstancias yo no quería. "Por supuesto", le respondía yo enseguida, ansiosa, como sin comprender, sin querer entender por qué lo ponía en duda; me ofendía, ya estaba tardando demasiado en hacerlo. Y lo hizo, respondiendo a mi ansiedad, de golpe, feroz, gozando. Entonces me envolví de las sensaciones del reencuentro, reconciliando la nostalgia del recuerdo de nuestro mundo y el liviano presente. Ensalivándonos, empapándonos, cambiando de postura una y otra vez, ardiendo ambos consumidos el uno por el otro. Él me ansiaba, me usaba, con su habitual expresión de odio, odio ante tanto deseo insaciable, inefable, me poseía. 
          Terminábamos cariñosos. Nos abrazábamos, comentábamos la jugada. Planeábamos ir a por otro pasado un rato y nos preguntábamos si nos habrían oído. Parece que yo sabía que era un sueño, porque yo ya empezaba a desear con toda mi alma que no se fuera, aunque nada daba a pensar que se iba a ir; yo ya quería seguir besándole, seguir chupándosela, que siguiera tocándome mil veces más, y sabía que no podía ser así. Me angustiaba la distancia entre su piel y la mía
            Entonces mi madre entraba en la habitación, como si fuera lo más normal del mundo. Iba a coger algo del suelo e irse cuando volcó un cubo de agua que había debajo de la cama, y todo el suelo se empapó. Empezó a recogerlo, yo me levanté, la reñí, y empecé a ayudarla. Sin embargo, por más prisa que me daba no había manera de recoger el agua. Yo me impacientaba. ¡Mario podía estar haciendo planes de marcharse!" Me daba ansiedad, ni el agua del suelo se recogía ni mi madre desaparecía, y estaba convencida de que no iba a acostarme otra vez con Mario, que no iba a darme tiempo.
           Con este malestar es con el que me he despertado. Recordándolo todo en la cama, no solo me he recreado y he disfrutado, conscientemente esta vez, del calor íntimo de estar con Mario, también he caído en la cuenta de que prefiero soñar que tomarme la vida en serio. Prefiero subirme por las paredes que contemplo frías, rectas, duras confiriéndoles otro tacto y otra densidad, para que se me haga más agradable la experiencia.
           Será que lo de Mario me llenó el cuerpo de sensaciones extraordinarias, sublimes, y en el fondo todo me sabe a poco, así que busco cualquier situación para volcar de nuevo mi imaginación en ella y estallar.
             

domingo, 28 de abril de 2013

32



     Me obstaculiza la mente la idea de que el porvenir nos impida volver a renacer en cada flor que podamos encontrarnos en el camino. Sería una desgracia que las huellas del pequeño submarino de cristal que formamos un día entre mil lágrimas saladas desapareciera entre la bruma de la noche en que te quise desfigurar el rostro del alma para que yo no pudiera ver más allá del suave silbido de la brisa marina escurriéndose entre tus huesos.
     Dirán que esto no es amor, que es el dulce veneno de la vida que intenta filtrarse por los poros de tu piel para llegar a mis labios y que me lo pueda tragar; para que pueda relamérmelos una y otra vez hasta que me sangren y poder sentir su sabor dulce mezclado con el amargor de mi sangre de hiena, sintiendo cómo el dolor punzante me acerca a ti y no al contrario. No al contrario, no; no podría alejarme, no podría permitir que el color de tu sonrisa se debatiera con el azul manchado de tus ojos sin salir yo de ello malherida y satisfecha, y cojeando entre los castillos de arena que habría ido formando a nuestro alrededor para refugiarnos en ellos y que el tiempo nunca nos encontrase.
     Me gustaría decidir no volver a tocarte ni a anhelarlo pero la vida es mi esclavitud y sabes que sus cadenas, que son mariposas para ti, para mí son del color del miedo. Mataría por descifrar los códigos de tu mente que permiten que el mar sea azul y no de pesado y letal mercurio. Pero todos mis deseos y pasiones se evaporan al calor de la tenue luz del farolillo que se esconde en el punto blanco del reflejo de tu mirada cuando observas desde el rincón de la inexistencia. ¿Por qué seguir llorando cataratas de aguardiente del que bebes para emborracharte del llanto del fin del crepúsculo? Embriágate del tu color de sol, ciégate con el ámbar de los atardeceres que se esconden en la memoria de ambos.
     Y no me preguntes más, no nos preguntes más. No intentes averiguar de qué materia están hechos los cerezos que habitan en el subsuelo de mi alma sin penetrar en ella como hicimos antaño. No vuelques en tu interior el océano que ansía mi alma en los instantes en los que el amor rompe su silencio para anhelarte como los ríos el mar. Podrían estar juntos tu grandeza y mi vacío, así tu forma inundaría la forma del contorno de los límites del cerco que tan bien reconozco.
     Podríamos fundirnos para no apreciar la diferencia entre la llama de la vela y la cera que derrite, para no concebir nada más que el murmullo de las hojas secas que desecharon los árboles en otoño y que recorren todavía los callejones de mi humor de perros. Podríamos desaparecer en el hueco que queda entre las sábanas de tu lecho al despuntar el alba de los días que quedan por recorrer.

     Podríamos hacer más amenos aquellos días.               

sábado, 27 de abril de 2013

31

           Las entidades que conforman mi persona se resisten a que sea feliz porque parece que me gusta sufrir. Soy como un mar colmando un vaso: si el tiempo, la luna, las circunstancias agitan mis pasiones me derramo y me quedo vacía; si mis aguas se mantienen quietas, serenas, tranquilas, me siento en mí misma, me contemplo y gozo de mi sosegada compañía. 
           El momento en que se agita mi mar interior es crucial, porque es aquí cuando descubro que me regocijo en el dolor de derramarme, ya que lo elijo. Fumarme un cigarrillo es hoy el ejemplo que uso como símbolo de cualquier vicio: fumar me da ansiedad, por eso hace tiempo que quiero dejarlo, pero cuando mi mar está agitado también me la quita, aunque no sin ofrecerme el doble, después. Cuando un día como hoy, gris y profundamente desolador, la lluvia agita las mareas de mi océano interior, no hallo sosiego si no es a fuerza de voluntad y aún así cuesta.
            Esta mañana me he levantado ya así. Como sé que soy así y que si me dejo llevar me derramo en lugar de apaciguarme, me he propuesto, antes de incorporarme siquiera, relajarme, aceptar, interiorizar mi desasosiego y tomármelo con amor y filosofía, con tal de no terminar peor, con ansiedad. Me he levantado, he encendido el ordenador para poner música para cantar duchándome, que me devuelve a la realidad y me tranquiliza; pero cuando me he querido dar cuenta había perdido una hora ya en el ordenador, entre una cosa y otra, enganchada a sensaciones que me distrayeran de mi desapacible existencia de hoy. Enseguida que he sido consciente he vuelto a respirar (que ya estaba olvidándome de hacerlo), he puesto música y me he metido en la ducha. Distraída con las olas de pensamientos amargos de mi mente a penas me he acordado de cantar, pero lo primero que no quería hacer era juzgarme, así que me he cosolado a mí misma, y me he dicho: "paciencia, necesitas más paciencia y amor, hoy, Carla". Y lo he hecho; me he hecho el desayuno cantando a ratos, me lo he comido mirando la tele sin ver lo que ponían, y me he forzado a leer una hora. Tanto ayer como hoy no podía concentrarme en la lectura; pasados tres párrafos caía en la cuenta de que sabía perfectamente la cantidad de cosas que puedo llegar a opinar sobre mi comportamiento pero que no sabía qué le había sucedido a la Regenta. Vuelta a empezar y así unas muchas veces que intento no contar porque si no perdería toda la calma necesaria. Al fin me concentré casi únicamente en la lectura. Pasada una hora decidí cocinar mientras cantaba de nuevo, aunque no canté y el hummus no estaba tan bueno como había ido soñando que lo estaría. Faltaban unos minutos para que llegara mi madre, así que decidí pasar al ordenador las fotos de la cámara, ya que lo tenía pendiente desde el verano. Sin duda, en el día de hoy, no ha sido muy buena idea. Había fotos del viaje a Isil y a Andora, y del verano en la ocupa, con todos y con Fran. Si brillara el sol en el cielo, la nostalgia habría impregnado de dulce miel las paredes de mi estómago, pero hoy ha querido perforármelas con deseos. Deseos de intensidad. Bienvenida.
        Empecé a engancharme. Quería verlas todas y retocarlas, y subirlas para compartir con todos la nostalgia, para no estar sola en ella. Cuantas más veía más me dolía. Más angustia, más ansiedad. Y segundo deseo al canto: quiero un cigarrillo. Esta mañana me había prometido otra vez (tampoco llevo la cuenta de estas promesas, por lo mismo de antes) no volver a fumar. Si hiciera sol nada de esto habría ocurrido, pero no lo hacía, y yo quería ver las fotos, regocijarme en el deseo punzante de vernos a Fran y a mí desnudos peleándonos, y quería hacerlo en compañía de un amargo cigarrillo que a partir de la quinta calada empezaría a quemarme el estómago, a removerme la tripa y a empujarme a ir al baño. "Carla, sabes que será un minuto de irritante placer y media hora perfectamente de erizado malestar", "da igual, quiero fumármelo". 
          Un cuarto de hora mas tarde, después de ver y girar las fotos sumida en mi amargor, caí en la cuenta de que no podía retocarlas y fui al baño. Sentada en la taza me autotranquilicé. "Lo has hecho otra vez". No me lo decía reprobándomelo, tan solo me hacía más consciente de ello codificándolo en lenguaje verbal. Pensaba en la pequeña paz que había encontrado leyendo un par de horas antes, tomándome mi tila, cuya calidez me había reconfortado y asosegado tímidamente. Ahora esa sensación se me antojaba un desecho, un consuelo vulgar. Pensar en volver a la novela para restablecer aquella paz no me tranquilizaba. Hubiese encontrado la paz entre las páginas de nuevo, a pesar de estar prendida del deseo inquieto de seguir mirando las fotos; hubiese tardado un tiempo en aquietar el bullicioso océano de mi mente motivado por mis pasiones pero lo hubiese conseguido, y una vez alejado el doloroso e intenso deseo, estaría redimida otra vez, habiendo pagado el precio de renunciar a voluntad del gozo de mirar, fumar y recordar. 
          Por fortuna, no podía retocar las fotos y además ha llegado mi madre. He vuelto al triste mundo real, que recuerdo que era muy gris, y mi madre me ha contado los infortunios que le han sucedido esta mañana. No los contaré, pero al ser tan físicos, tan reales y palpables, (no como mis metafísicos achaques), se ha sosegado un poco mi mar, o al menos se ha calmado el ruido causado por el deseo de intensidad. 
         Es entonces, cuando he caído bien bien en la cuenta de que cuando el agua de mi océano está al borde del vaso, bien al filo bien al filo bien al filo, es cuando yo voluntariamente decido que prefiero desatar las oleadas de mi mar, forzarlas a que se pierdan, a que no me mortifiquen más, mientras yo me creo que puedo calmar mi desasosiego impregnando el vaso desnudo que contenía mi mar de placeres mundanos efímeros, que me dejan de nuevo vacía, y prendida del intenso deseo de MÁS; en lugar de decidir darme el empujón que necesita mi propia persona para seguir manteniendo mis aguas, que son irremediablemente mías, en calma.
         Y ahora, rendida a la dulce intensidad de haber transmitido mi desdicha -aunque prendida e irritada-, me voy a fumar el cigarrillo que permite que este círculo no se cierre nunca y que no carezca de sentido nada de lo escrito.

sábado, 20 de abril de 2013

30

Una vez más, llego el punto en el que se me acaban las fuerzas. ¿Dónde está mi voluntad? ¿Por qué desaparece tan a menudo? ¿Es neurosis? ¿Es hormonal? ¿Espiritual? ¿Por qué es? ¿Por qué tiene que ser?
Ya que no me apetece ni escribirlo (aunque sí expresarlo: me agarraría todo el día y toda la noche a una piel caliente y amada, y uy si lo expresaría), colgaré algo que escribí en una situación similar, hace unos meses:
Se Rompió mi capacidad de hallar un cauce. Mi fuego me quema. Ayer y los cinco días anteriores lo dejé correr por Yepe, mantuve el flujo ardiente volcado en él. Olvidé el mundo y mi mundo y viví en él. Hoy, parece mentira, vuelve a corroerme por dentro. ¿Por qué, cuando me he volcado, termino sintiéndome insatisfecha siempre y otra vez?
Ha desaparecido mi voluntad. No hay nada dentro de mí. Queda anulada mi capacidad de escribir, de sentir (algo más que dolor), de pensar... No sé quién escribe. Si yo, mi ego, mi conciencia... ¿Por qué?
Estoy paralizada. Me paraliza el miedo, la culpabilidad.No sé conformarme con esto. No sé para qué sirve la vida. Pienso en cuando pensaba "¡Para vivirla!" y no encuentro ya esa convicción. No sé perdonarme por no estar haciendo mis deberes, porque no los siento deber mío.
Últimamente lo único que oigo en mi cabeza es "eres inútil". Y así es, no tengo utilidad. La vida me cohibe, me corroe. Ver que a la demás gente le sirve de algo me hace envidiarles insanamente.
¿Qué hacer?
Esta sociedad no me sirve, no la concibo. ¿Entregarse al gusto diario? ¿Y qué hacer si este no supone un gusto para mí?
No tengo identidad; soy un vacío, un vacío que cree llenarse con el relleno de los demás hasta que se da cuenta de que ese no es su relleno.
A menudo me obsesiona sacarme espinllas de la cara; no puedo parar, y me paso horas vaciando poros, uno tras otro. Siempre me ha obsesionado sacar la mierda sitio, dejar las cosas sin impurezas. Lo mismo hago con mi vida, voy eliminando todo lo que me parece malo y me quedo en nada, y esta nada me parece mala, pero el vacío no se puede vaciar.
Me gustaría tener la capacidad de creer. Sentir el convencimiento de algo, que puedo ser feliz amando a alguien, que puedo ser feliz dedicándome a algo, que puedo ser feliz conmigo misma... Per no puedo. Cuando creo haber encontrado una convicción aparecen mil dudas y ya no es certeza, pasa a ser una posiblidad inútil. Quiero desaparecer y volver a aparecer convencida de algo. Me da la impresión de que esto que hago (rendirme y ponerme a escribir algo que ni siquiera me gusta) está mal, porque no era hoy mi deber. Culpa, culpa, culpa. Me siento ridícula, pero tampoco sé qué otra cosa hacer.
¿Cómo convivir con esta mierda?

29

Suenan gemidos, oigo placer. Mientras el ansia me lleva a estirar la mano para que alguen me sujete, mi alma sigue intentando estar sola. Eterna lucha.

domingo, 14 de abril de 2013

28

¡Quema! ¡Arde! ¡Se derrite la vida cada segundo que paso sumida en esta eterna impotencia! Arde la existencia cuando el deseo juega sádicamente conmigo... me llora, me salpica, me ridiculiza, la vida. Me teme la libertad cuando te posas como una colorida mariposa en la primera margarita de la primavera. Sale el primer blanco y ya es tarde; ya estás tú. ¿Cómo permitirlo? ¿Cómo pretender no anhelarlo? ¿Cómo desechar el ansia de este cuerpo cuando es su primer alimento? Dulce masoquismo. insuficiente angustia. Desesperación.
Escribiría
una y otra vez
mil formas con la misma esencia,
las dibujaría en tu estómago saciable
para que tú
al menos
te sintieras satisfecho.
Deshojaría los ensueños de mi
               fría y calculadora mente
poco a poco,
uno por uno,
para creeme su análisis por un momento, para confiar en la teoría que extraería de ello, y sentir el alivio de quien deposita en un dogma la fe que le otorga el bienestar. Para no vivir en la incertidumbre. Para no estar navegando entre mares de cirunstancias imprecisas, improbables, constantemente mutables, mutantes.
Escucho el silencio de tus pasos de sol,
y la vida se me antoja libre.
Pero muta, y es solo eso, un capricho de embarazada de carne. No escucharía nada más que el inmundo palpitar los libres pálpitos que te sacian.

jueves, 11 de abril de 2013

27

Por qué no cargarnos una vez más de amor hasta que se derramen nuestras fuerzas por el otro, como nubes de hielo salpicando a trompicones los poros sonrojados de nuestras mejillas? ¿Por qué no caer, a la llama de este mundo oculto, extraño, que nos empuja al mar de las mezquindades con el que soñamos, crujidos de miedo, ahogados en nosotros mismos? ¿Cómo escapar de la luz que arroja el empequeñecer del instante en que te miro y todo tiembla? Deja de buscar encontrarme en la luz de las pupilas que has ido desechando. Procura no permitir que desciendan las yemas de mis dedos, procura no seguir permitiéndome que te haga a mi medida. Intenta rechazar el punto fijo al que miro cuando no quiero ver nada más alla que los recovecos de tu asfixia. Procura desaparecer de estas noches en las que la neurosis se ordena hacia una única vía que quiere y puede eliminarte. Procura no engañarme, no engañarte. Procura seguir soñando que sigues aquí en mí y no en tu agujero de hierro. Porque tanto esfuerzo puede ser siempre en vano. Podría ser que estuviera existiendo la vida solo para complacerme y solo bajo las líneas del texto. Podría ser que el amor llamase a mi puerta justo para destruirla, esta y todas, de la forma en que se pliegan los huecos de tu rostro al sonreír. El espejo que soñamos no es siempre el océano de dudas que siembran mi mente y la tuya en la comunión posiblemente inexistente que ahora ansía mi cuerpo como el hucán al viento. ¿Cómo desquitarme del ensueño que se teje bajo las curvas de tu lecho, sin permitir que se seque la flor del camino hacia el no-ser? ¿Cómo deshojar cada mañana las margaritas de tu campo de estiércol para conseguir que un pétalo me eleve hacia la sensación de estar viva o muerta? Estoy cansada del eterno transcurrir del camino que nos separa, pero no podría preferir ahogarme en el infierno de tu morada sin que clavaras los desechos de tu angustia en el dulce entorno que tejes al caminar mirando tan alto que... Nada, nada es lo que quedaría de la vida y de la muerte si por un fugaz instante volvieras a tener pies y pudieras tropezarte. Me arrancaría la piel de las manos con tal de frenar tu mortal caída espigada al fondo del espejismo que tú, concreta e imposiblemente, desconoces, ignoras, esquivas con tu desasosegante caminar.

miércoles, 10 de abril de 2013

26

Da igual cuánto me pierda al engancharme a tu piel. Qué importa perder tiempo, amor a la vida y ego. Parece que, una vez más, da igual. Da igual también que sea una vez MÁS, entre muchas otras en las que me olvidé, y que después olvidé que suelo olvidarme, que suele dejar de importar todo cuanto realmente importa. Olvido una vez más, por suerte; vuelvo a inyectarme el dulce vitriolo del amor. Rescato la intensidad y mi afición a ella, robo tus ojos al pasado, relleno el eterno y constante silencio de la nada con tu risa, y vuelve la plenitud a zambullidas, cuando no desespero ante la asunción de mi necesidad de ti. Navego entre los posibles consuelos que podría encontrar en el castigo sofocante de tu ausencia, y el placer de volver a clavarme la aguja de esta pasión que no importa. ¿Qué es lo que realmente importa? ¿Que despierte mañana cuando suene el despertador, que siga en pie la vida, que siga teniendo sentido su largo y sosegado transcurrir? ¿Que siga el orden, o el sol? Sin afanar el fuego de la esencia de la vida, sin dejar correr el mío como sangre por tu cuerpo, sin verter en este todos mis horrores transformados en el amor más erótico, ¿por qué iba a importar realmente lo que realmente importa? Es lo que he olvidado, al empeñarme en recordarte; al volver intencionadamente a tropezar para caer al abismo de la nada encauzada. Da igual cuánto me pierda al engancharme a tu piel para volver a encauzarla.

miércoles, 6 de febrero de 2013

Hay en el animal una inocencia que se me antoja camino de vuelta al origen. Anterior al juicio que distingue y sopesa, le procura al gesto la precisión que la razón le niega cuando se activa en territorios que no le pertenecen. Y cuánto esfuerzo le cuesta lograr un "acierto" allí donde, sin ella por guía, habría certeza. El ser humano "desarrollado" se enorgullece de los logros de su inteligencia, pero cuán torpe es, cuán pobre y desasistido cuando pretende comportarse de acuerdo con la naturaleza. Yo aprendo de un animal todo aquello que mi voluntad traba. Y aprendo, también, mi desgracia, mi inferioridad y mi condición de extraña en este mundo que no sabemos proteger lo suficiente. Contemplo, voy hacia ellas, hacia las bestias, me "abestio", je m'abêstis, como sugería Montaigne. Aunque para el hombre enaltecido s'abêtir ("idiotizarse sería la traducción de la palabra en su uso común) es rebajarse, volver al estado de salvajismo en el que, según sus teorías, estábamos al principio y en el que la carencia de leyes nos llevaría a matarnos unos a otros "sin razón". Olvida que las reglas que acorde a razones han de darse los seres humanos para convivir sin daños no son en absoluto necesarias en el reino animal. La acción de un animal, que nunca opera contra el bien de todos, no difiere de la ley natural.
La inocencia de las bestias, la aceptación incondicional por parte de cada una del lugar que ocupa en la cadena y la asunción, por otra parte, de ese ejercicio de crueldad que es, para cualquier buen entendimiento, un mundo organizado sobre el hambre en una rueda sin fin de resistencia, miedo, dolor y muerte, es para mí algo más que una lección de humildad. Chuang Tsé, cuya sabiduría era grande, refiere este consejo, que daba el Señor del Mar del Norte al Conde de los Ríos: "procura que lo humano no destruya lo Celestial en ti; procura que lo intencional no destruya lo necesario". Para conseguirlo, para conservar lo necesario se ejercitaban los taoístas en la espontaneidad. El recogimiento (no-mente) antes de lanzar la flecha o trazar la línea con el poncel, la "détente du tigre", como decía Michaux aludiendo al gesto certero del tigre que salta sobre su presa, pero también la conciencia del gesto cotidiano, esos gestos que realizamos sin necesidad de que el pensamiento los anticipe. No creo equivocarme al pensar que también a ello aludían Hui-Neng y otros maestros del budismo Chan cuando hablaban de la necesidad de hallar el "rostro original". Lo celestial, el rostro original, no es otra cosa, a mi entender, que la sabiduría de las bestias.

Chantal

viernes, 4 de enero de 2013

25

Hacía tiempo que no sentía tal emoción en mí, parece que empiezo a reconciliarme conmigo. Como hace años, como pensé que nunca volvería a suceder -me recuerdo llorando en el desamor, creyendo que después de tanto sufrimiento sencillamente no sería posible volver a permitir perderme entregada en el fuego del amor-, la espera(nza) vuelve a quitarme el sueño y el hambre, la voluntad ya venía tomándomela desde hace tiempo... "Nunca estarás 100% segura de nada" resuena en mi mente, y efectivamente creo que lo extraño -y engañoso- es estarlo, como lo estaba al empezar otros amores. Pero ahora, por primera vez, me alivia el miedo. Y sobretodo me sosiega saber qué hay detrás de lo que persigo, o, más concretamente, creer con certeza que conozco lo que persigo -dentro de lo que se puede conocer- la clave la encuentro básicamente en la fe, a pesar del miedo. Cuánto tardaban en sanar las heridas del último amor. Puede que este sea el sentimiento de máxima libertad al que puede aspirar mi cerco, y ¿quién lo iba a decir? ¿Yo?

martes, 1 de enero de 2013

24

Distingo, entre los infinitos amores concretos, dos tipos de amores de pasión: los que dicen "te quiero" e inconscientemente lo acompañan en su mente de "a mi lado, como sostén" (consciente o inconsicentemente, ya no sé distinguir eso), y los que dicen "te quiero" acompañado de "para ser en ti, porque en mí mismo/a no me encuentro". Antes de llegar a hacer esta distinción, en un fuerte e inútil  impulso de extrapolación para poder comprender o consolarme, pensé que hay amores egoístas y otros que no. A "los que no" iba a ponerles nombre cuando caí en la cuenta de que no pueden ser altruístas, porque somos dentro de carne, y esta tiene necesidades, así que TODO lo que hagamos/sintamos, es por la necesidad intrínseca de nuestro ser, y que este, por más que nos empeñemos en creer en un yo puro y santo, siempre nos condicionará, incluso cuando nos empeñamos en creer en este yo. Por lo tanto, el tipo de comunicación que establecemos, quizá y sin quizá, con cualquiera que sea nuestro entorno es egoísta. Según la RAE:
(Del lat. ego, yo, e -ismo).
1.m. Inmoderado y excesivo amor a sí mismo, que hace atender desmedidamente al propio interés, sin cuidarse del de los demás.
¿Cómo saber cuándo atiendes desdmedidamente a tu propio interés, si tu interés es cuidar desmedidamente del de los demás? Junto con esto, lo de inmoderado y excesivo amor a sí mismo sería una característica decisiva a la hora de determinar si soy o no soy egoísta, pero también vendría determinado por lo siguiente, porque ¿cómo saber si no atiendo desmedidamente al interés de los demás para alimentar mi amor propio? Y ahora vamos a por lo último, ¿alguien puede concretar los límites de "inmoderado", "excesivo" y "desmedido" de todas estas putas abstracciones?
¿Alguien puede desconectar mi mente, por favor? No puedo convivir con tantas decepciones definitorias.