domingo, 28 de abril de 2013

32



     Me obstaculiza la mente la idea de que el porvenir nos impida volver a renacer en cada flor que podamos encontrarnos en el camino. Sería una desgracia que las huellas del pequeño submarino de cristal que formamos un día entre mil lágrimas saladas desapareciera entre la bruma de la noche en que te quise desfigurar el rostro del alma para que yo no pudiera ver más allá del suave silbido de la brisa marina escurriéndose entre tus huesos.
     Dirán que esto no es amor, que es el dulce veneno de la vida que intenta filtrarse por los poros de tu piel para llegar a mis labios y que me lo pueda tragar; para que pueda relamérmelos una y otra vez hasta que me sangren y poder sentir su sabor dulce mezclado con el amargor de mi sangre de hiena, sintiendo cómo el dolor punzante me acerca a ti y no al contrario. No al contrario, no; no podría alejarme, no podría permitir que el color de tu sonrisa se debatiera con el azul manchado de tus ojos sin salir yo de ello malherida y satisfecha, y cojeando entre los castillos de arena que habría ido formando a nuestro alrededor para refugiarnos en ellos y que el tiempo nunca nos encontrase.
     Me gustaría decidir no volver a tocarte ni a anhelarlo pero la vida es mi esclavitud y sabes que sus cadenas, que son mariposas para ti, para mí son del color del miedo. Mataría por descifrar los códigos de tu mente que permiten que el mar sea azul y no de pesado y letal mercurio. Pero todos mis deseos y pasiones se evaporan al calor de la tenue luz del farolillo que se esconde en el punto blanco del reflejo de tu mirada cuando observas desde el rincón de la inexistencia. ¿Por qué seguir llorando cataratas de aguardiente del que bebes para emborracharte del llanto del fin del crepúsculo? Embriágate del tu color de sol, ciégate con el ámbar de los atardeceres que se esconden en la memoria de ambos.
     Y no me preguntes más, no nos preguntes más. No intentes averiguar de qué materia están hechos los cerezos que habitan en el subsuelo de mi alma sin penetrar en ella como hicimos antaño. No vuelques en tu interior el océano que ansía mi alma en los instantes en los que el amor rompe su silencio para anhelarte como los ríos el mar. Podrían estar juntos tu grandeza y mi vacío, así tu forma inundaría la forma del contorno de los límites del cerco que tan bien reconozco.
     Podríamos fundirnos para no apreciar la diferencia entre la llama de la vela y la cera que derrite, para no concebir nada más que el murmullo de las hojas secas que desecharon los árboles en otoño y que recorren todavía los callejones de mi humor de perros. Podríamos desaparecer en el hueco que queda entre las sábanas de tu lecho al despuntar el alba de los días que quedan por recorrer.

     Podríamos hacer más amenos aquellos días.               

sábado, 27 de abril de 2013

31

           Las entidades que conforman mi persona se resisten a que sea feliz porque parece que me gusta sufrir. Soy como un mar colmando un vaso: si el tiempo, la luna, las circunstancias agitan mis pasiones me derramo y me quedo vacía; si mis aguas se mantienen quietas, serenas, tranquilas, me siento en mí misma, me contemplo y gozo de mi sosegada compañía. 
           El momento en que se agita mi mar interior es crucial, porque es aquí cuando descubro que me regocijo en el dolor de derramarme, ya que lo elijo. Fumarme un cigarrillo es hoy el ejemplo que uso como símbolo de cualquier vicio: fumar me da ansiedad, por eso hace tiempo que quiero dejarlo, pero cuando mi mar está agitado también me la quita, aunque no sin ofrecerme el doble, después. Cuando un día como hoy, gris y profundamente desolador, la lluvia agita las mareas de mi océano interior, no hallo sosiego si no es a fuerza de voluntad y aún así cuesta.
            Esta mañana me he levantado ya así. Como sé que soy así y que si me dejo llevar me derramo en lugar de apaciguarme, me he propuesto, antes de incorporarme siquiera, relajarme, aceptar, interiorizar mi desasosiego y tomármelo con amor y filosofía, con tal de no terminar peor, con ansiedad. Me he levantado, he encendido el ordenador para poner música para cantar duchándome, que me devuelve a la realidad y me tranquiliza; pero cuando me he querido dar cuenta había perdido una hora ya en el ordenador, entre una cosa y otra, enganchada a sensaciones que me distrayeran de mi desapacible existencia de hoy. Enseguida que he sido consciente he vuelto a respirar (que ya estaba olvidándome de hacerlo), he puesto música y me he metido en la ducha. Distraída con las olas de pensamientos amargos de mi mente a penas me he acordado de cantar, pero lo primero que no quería hacer era juzgarme, así que me he cosolado a mí misma, y me he dicho: "paciencia, necesitas más paciencia y amor, hoy, Carla". Y lo he hecho; me he hecho el desayuno cantando a ratos, me lo he comido mirando la tele sin ver lo que ponían, y me he forzado a leer una hora. Tanto ayer como hoy no podía concentrarme en la lectura; pasados tres párrafos caía en la cuenta de que sabía perfectamente la cantidad de cosas que puedo llegar a opinar sobre mi comportamiento pero que no sabía qué le había sucedido a la Regenta. Vuelta a empezar y así unas muchas veces que intento no contar porque si no perdería toda la calma necesaria. Al fin me concentré casi únicamente en la lectura. Pasada una hora decidí cocinar mientras cantaba de nuevo, aunque no canté y el hummus no estaba tan bueno como había ido soñando que lo estaría. Faltaban unos minutos para que llegara mi madre, así que decidí pasar al ordenador las fotos de la cámara, ya que lo tenía pendiente desde el verano. Sin duda, en el día de hoy, no ha sido muy buena idea. Había fotos del viaje a Isil y a Andora, y del verano en la ocupa, con todos y con Fran. Si brillara el sol en el cielo, la nostalgia habría impregnado de dulce miel las paredes de mi estómago, pero hoy ha querido perforármelas con deseos. Deseos de intensidad. Bienvenida.
        Empecé a engancharme. Quería verlas todas y retocarlas, y subirlas para compartir con todos la nostalgia, para no estar sola en ella. Cuantas más veía más me dolía. Más angustia, más ansiedad. Y segundo deseo al canto: quiero un cigarrillo. Esta mañana me había prometido otra vez (tampoco llevo la cuenta de estas promesas, por lo mismo de antes) no volver a fumar. Si hiciera sol nada de esto habría ocurrido, pero no lo hacía, y yo quería ver las fotos, regocijarme en el deseo punzante de vernos a Fran y a mí desnudos peleándonos, y quería hacerlo en compañía de un amargo cigarrillo que a partir de la quinta calada empezaría a quemarme el estómago, a removerme la tripa y a empujarme a ir al baño. "Carla, sabes que será un minuto de irritante placer y media hora perfectamente de erizado malestar", "da igual, quiero fumármelo". 
          Un cuarto de hora mas tarde, después de ver y girar las fotos sumida en mi amargor, caí en la cuenta de que no podía retocarlas y fui al baño. Sentada en la taza me autotranquilicé. "Lo has hecho otra vez". No me lo decía reprobándomelo, tan solo me hacía más consciente de ello codificándolo en lenguaje verbal. Pensaba en la pequeña paz que había encontrado leyendo un par de horas antes, tomándome mi tila, cuya calidez me había reconfortado y asosegado tímidamente. Ahora esa sensación se me antojaba un desecho, un consuelo vulgar. Pensar en volver a la novela para restablecer aquella paz no me tranquilizaba. Hubiese encontrado la paz entre las páginas de nuevo, a pesar de estar prendida del deseo inquieto de seguir mirando las fotos; hubiese tardado un tiempo en aquietar el bullicioso océano de mi mente motivado por mis pasiones pero lo hubiese conseguido, y una vez alejado el doloroso e intenso deseo, estaría redimida otra vez, habiendo pagado el precio de renunciar a voluntad del gozo de mirar, fumar y recordar. 
          Por fortuna, no podía retocar las fotos y además ha llegado mi madre. He vuelto al triste mundo real, que recuerdo que era muy gris, y mi madre me ha contado los infortunios que le han sucedido esta mañana. No los contaré, pero al ser tan físicos, tan reales y palpables, (no como mis metafísicos achaques), se ha sosegado un poco mi mar, o al menos se ha calmado el ruido causado por el deseo de intensidad. 
         Es entonces, cuando he caído bien bien en la cuenta de que cuando el agua de mi océano está al borde del vaso, bien al filo bien al filo bien al filo, es cuando yo voluntariamente decido que prefiero desatar las oleadas de mi mar, forzarlas a que se pierdan, a que no me mortifiquen más, mientras yo me creo que puedo calmar mi desasosiego impregnando el vaso desnudo que contenía mi mar de placeres mundanos efímeros, que me dejan de nuevo vacía, y prendida del intenso deseo de MÁS; en lugar de decidir darme el empujón que necesita mi propia persona para seguir manteniendo mis aguas, que son irremediablemente mías, en calma.
         Y ahora, rendida a la dulce intensidad de haber transmitido mi desdicha -aunque prendida e irritada-, me voy a fumar el cigarrillo que permite que este círculo no se cierre nunca y que no carezca de sentido nada de lo escrito.

sábado, 20 de abril de 2013

30

Una vez más, llego el punto en el que se me acaban las fuerzas. ¿Dónde está mi voluntad? ¿Por qué desaparece tan a menudo? ¿Es neurosis? ¿Es hormonal? ¿Espiritual? ¿Por qué es? ¿Por qué tiene que ser?
Ya que no me apetece ni escribirlo (aunque sí expresarlo: me agarraría todo el día y toda la noche a una piel caliente y amada, y uy si lo expresaría), colgaré algo que escribí en una situación similar, hace unos meses:
Se Rompió mi capacidad de hallar un cauce. Mi fuego me quema. Ayer y los cinco días anteriores lo dejé correr por Yepe, mantuve el flujo ardiente volcado en él. Olvidé el mundo y mi mundo y viví en él. Hoy, parece mentira, vuelve a corroerme por dentro. ¿Por qué, cuando me he volcado, termino sintiéndome insatisfecha siempre y otra vez?
Ha desaparecido mi voluntad. No hay nada dentro de mí. Queda anulada mi capacidad de escribir, de sentir (algo más que dolor), de pensar... No sé quién escribe. Si yo, mi ego, mi conciencia... ¿Por qué?
Estoy paralizada. Me paraliza el miedo, la culpabilidad.No sé conformarme con esto. No sé para qué sirve la vida. Pienso en cuando pensaba "¡Para vivirla!" y no encuentro ya esa convicción. No sé perdonarme por no estar haciendo mis deberes, porque no los siento deber mío.
Últimamente lo único que oigo en mi cabeza es "eres inútil". Y así es, no tengo utilidad. La vida me cohibe, me corroe. Ver que a la demás gente le sirve de algo me hace envidiarles insanamente.
¿Qué hacer?
Esta sociedad no me sirve, no la concibo. ¿Entregarse al gusto diario? ¿Y qué hacer si este no supone un gusto para mí?
No tengo identidad; soy un vacío, un vacío que cree llenarse con el relleno de los demás hasta que se da cuenta de que ese no es su relleno.
A menudo me obsesiona sacarme espinllas de la cara; no puedo parar, y me paso horas vaciando poros, uno tras otro. Siempre me ha obsesionado sacar la mierda sitio, dejar las cosas sin impurezas. Lo mismo hago con mi vida, voy eliminando todo lo que me parece malo y me quedo en nada, y esta nada me parece mala, pero el vacío no se puede vaciar.
Me gustaría tener la capacidad de creer. Sentir el convencimiento de algo, que puedo ser feliz amando a alguien, que puedo ser feliz dedicándome a algo, que puedo ser feliz conmigo misma... Per no puedo. Cuando creo haber encontrado una convicción aparecen mil dudas y ya no es certeza, pasa a ser una posiblidad inútil. Quiero desaparecer y volver a aparecer convencida de algo. Me da la impresión de que esto que hago (rendirme y ponerme a escribir algo que ni siquiera me gusta) está mal, porque no era hoy mi deber. Culpa, culpa, culpa. Me siento ridícula, pero tampoco sé qué otra cosa hacer.
¿Cómo convivir con esta mierda?

29

Suenan gemidos, oigo placer. Mientras el ansia me lleva a estirar la mano para que alguen me sujete, mi alma sigue intentando estar sola. Eterna lucha.

domingo, 14 de abril de 2013

28

¡Quema! ¡Arde! ¡Se derrite la vida cada segundo que paso sumida en esta eterna impotencia! Arde la existencia cuando el deseo juega sádicamente conmigo... me llora, me salpica, me ridiculiza, la vida. Me teme la libertad cuando te posas como una colorida mariposa en la primera margarita de la primavera. Sale el primer blanco y ya es tarde; ya estás tú. ¿Cómo permitirlo? ¿Cómo pretender no anhelarlo? ¿Cómo desechar el ansia de este cuerpo cuando es su primer alimento? Dulce masoquismo. insuficiente angustia. Desesperación.
Escribiría
una y otra vez
mil formas con la misma esencia,
las dibujaría en tu estómago saciable
para que tú
al menos
te sintieras satisfecho.
Deshojaría los ensueños de mi
               fría y calculadora mente
poco a poco,
uno por uno,
para creeme su análisis por un momento, para confiar en la teoría que extraería de ello, y sentir el alivio de quien deposita en un dogma la fe que le otorga el bienestar. Para no vivir en la incertidumbre. Para no estar navegando entre mares de cirunstancias imprecisas, improbables, constantemente mutables, mutantes.
Escucho el silencio de tus pasos de sol,
y la vida se me antoja libre.
Pero muta, y es solo eso, un capricho de embarazada de carne. No escucharía nada más que el inmundo palpitar los libres pálpitos que te sacian.

jueves, 11 de abril de 2013

27

Por qué no cargarnos una vez más de amor hasta que se derramen nuestras fuerzas por el otro, como nubes de hielo salpicando a trompicones los poros sonrojados de nuestras mejillas? ¿Por qué no caer, a la llama de este mundo oculto, extraño, que nos empuja al mar de las mezquindades con el que soñamos, crujidos de miedo, ahogados en nosotros mismos? ¿Cómo escapar de la luz que arroja el empequeñecer del instante en que te miro y todo tiembla? Deja de buscar encontrarme en la luz de las pupilas que has ido desechando. Procura no permitir que desciendan las yemas de mis dedos, procura no seguir permitiéndome que te haga a mi medida. Intenta rechazar el punto fijo al que miro cuando no quiero ver nada más alla que los recovecos de tu asfixia. Procura desaparecer de estas noches en las que la neurosis se ordena hacia una única vía que quiere y puede eliminarte. Procura no engañarme, no engañarte. Procura seguir soñando que sigues aquí en mí y no en tu agujero de hierro. Porque tanto esfuerzo puede ser siempre en vano. Podría ser que estuviera existiendo la vida solo para complacerme y solo bajo las líneas del texto. Podría ser que el amor llamase a mi puerta justo para destruirla, esta y todas, de la forma en que se pliegan los huecos de tu rostro al sonreír. El espejo que soñamos no es siempre el océano de dudas que siembran mi mente y la tuya en la comunión posiblemente inexistente que ahora ansía mi cuerpo como el hucán al viento. ¿Cómo desquitarme del ensueño que se teje bajo las curvas de tu lecho, sin permitir que se seque la flor del camino hacia el no-ser? ¿Cómo deshojar cada mañana las margaritas de tu campo de estiércol para conseguir que un pétalo me eleve hacia la sensación de estar viva o muerta? Estoy cansada del eterno transcurrir del camino que nos separa, pero no podría preferir ahogarme en el infierno de tu morada sin que clavaras los desechos de tu angustia en el dulce entorno que tejes al caminar mirando tan alto que... Nada, nada es lo que quedaría de la vida y de la muerte si por un fugaz instante volvieras a tener pies y pudieras tropezarte. Me arrancaría la piel de las manos con tal de frenar tu mortal caída espigada al fondo del espejismo que tú, concreta e imposiblemente, desconoces, ignoras, esquivas con tu desasosegante caminar.

miércoles, 10 de abril de 2013

26

Da igual cuánto me pierda al engancharme a tu piel. Qué importa perder tiempo, amor a la vida y ego. Parece que, una vez más, da igual. Da igual también que sea una vez MÁS, entre muchas otras en las que me olvidé, y que después olvidé que suelo olvidarme, que suele dejar de importar todo cuanto realmente importa. Olvido una vez más, por suerte; vuelvo a inyectarme el dulce vitriolo del amor. Rescato la intensidad y mi afición a ella, robo tus ojos al pasado, relleno el eterno y constante silencio de la nada con tu risa, y vuelve la plenitud a zambullidas, cuando no desespero ante la asunción de mi necesidad de ti. Navego entre los posibles consuelos que podría encontrar en el castigo sofocante de tu ausencia, y el placer de volver a clavarme la aguja de esta pasión que no importa. ¿Qué es lo que realmente importa? ¿Que despierte mañana cuando suene el despertador, que siga en pie la vida, que siga teniendo sentido su largo y sosegado transcurrir? ¿Que siga el orden, o el sol? Sin afanar el fuego de la esencia de la vida, sin dejar correr el mío como sangre por tu cuerpo, sin verter en este todos mis horrores transformados en el amor más erótico, ¿por qué iba a importar realmente lo que realmente importa? Es lo que he olvidado, al empeñarme en recordarte; al volver intencionadamente a tropezar para caer al abismo de la nada encauzada. Da igual cuánto me pierda al engancharme a tu piel para volver a encauzarla.