jueves, 11 de abril de 2013

27

Por qué no cargarnos una vez más de amor hasta que se derramen nuestras fuerzas por el otro, como nubes de hielo salpicando a trompicones los poros sonrojados de nuestras mejillas? ¿Por qué no caer, a la llama de este mundo oculto, extraño, que nos empuja al mar de las mezquindades con el que soñamos, crujidos de miedo, ahogados en nosotros mismos? ¿Cómo escapar de la luz que arroja el empequeñecer del instante en que te miro y todo tiembla? Deja de buscar encontrarme en la luz de las pupilas que has ido desechando. Procura no permitir que desciendan las yemas de mis dedos, procura no seguir permitiéndome que te haga a mi medida. Intenta rechazar el punto fijo al que miro cuando no quiero ver nada más alla que los recovecos de tu asfixia. Procura desaparecer de estas noches en las que la neurosis se ordena hacia una única vía que quiere y puede eliminarte. Procura no engañarme, no engañarte. Procura seguir soñando que sigues aquí en mí y no en tu agujero de hierro. Porque tanto esfuerzo puede ser siempre en vano. Podría ser que estuviera existiendo la vida solo para complacerme y solo bajo las líneas del texto. Podría ser que el amor llamase a mi puerta justo para destruirla, esta y todas, de la forma en que se pliegan los huecos de tu rostro al sonreír. El espejo que soñamos no es siempre el océano de dudas que siembran mi mente y la tuya en la comunión posiblemente inexistente que ahora ansía mi cuerpo como el hucán al viento. ¿Cómo desquitarme del ensueño que se teje bajo las curvas de tu lecho, sin permitir que se seque la flor del camino hacia el no-ser? ¿Cómo deshojar cada mañana las margaritas de tu campo de estiércol para conseguir que un pétalo me eleve hacia la sensación de estar viva o muerta? Estoy cansada del eterno transcurrir del camino que nos separa, pero no podría preferir ahogarme en el infierno de tu morada sin que clavaras los desechos de tu angustia en el dulce entorno que tejes al caminar mirando tan alto que... Nada, nada es lo que quedaría de la vida y de la muerte si por un fugaz instante volvieras a tener pies y pudieras tropezarte. Me arrancaría la piel de las manos con tal de frenar tu mortal caída espigada al fondo del espejismo que tú, concreta e imposiblemente, desconoces, ignoras, esquivas con tu desasosegante caminar.

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