¿Hace
falta mencionar lo que nos quedaba por vivir? A ti, cerca pero lejos de mí,
imaginando que no existe otro sol que el que ven tus ojos. A mí, cerca del sol
de tus ojos, imaginando lo lejos que queda de mí. La lluvia se escondía de tus
pupilas; se marchitaba la vida envuelta en el tacto de tus dedos, mientras yo
imaginaba corridos todos los velos que quedaban por existir. Nos mentíamos
cuando pensábamos que algo era como creíamos ver. Nos engañábamos: tú,
sintiendo que la vida se escapaba en mis sonrisas fingidas; yo, sintiendo que
podías amar como creo que es amar. El cielo no se desvanecía esa noche, ni iba
a hacerlo las siguientes; nuestro miedo era capaz de paralizar su desenvoltura.
Agarrábamos las alas de nuestras almas con todo nuestro amor, pensando que el
amor podía agarrar alguna ala de algún algo. Ilusos, creyendo ser vividores,
disfrutamos de saciar nuestra sed cuando la condenábamos al fondo de nuestros
seres, a perecer. La abandonábamos al abismo, creyendo que la saciábamos, y
legítimamente; convencidos. Tiraste las toallas de mi higiene interior, y yo
sacudí las sabanas de tu cuarto íntimo. Destrocé tu intimidad y tú enojaste la lujuria de mi amor. Prendimos las velas de una alcoba vacía, pues no nos atrevimos a
entrar. Calentamos un lecho desde el abismo de nuestro abandono, por sentir su
calidez; por actualizar su recuerdo. Sentimos la vida y el amor pasar, pero no por
nosotros. Quisimos que hubiera luz ahí fuera, pero no en nosotros. Saludamos al
sol desde lejos, conformándonos con su cordura, abandonando la locura a la
muerte, creyéndonos que así no nos alcanzaría; y de este modo nos hallamos
locos, sin esperanza.
No hay comentarios:
Publicar un comentario