Conocer gente nueva me muestra de nuevo mi sombra. Todo lo
nuevo que pueda suceder a mi alrededor para mis adentros no es más que ellos
mismos. Que me haya pasado tropecientas veces no impide que una vez más me
vuelva a afectar tanto como la primera.
Cuando reconozco el mal en mí y lo acepto es solo cuando
estoy sola. Es más, en esos momentos estoy sola porque reconozco el mal en mí y
no creo merecer otra cosa que la soledad. Cuando estoy sola en términos más
amplios, sin pareja, reconozco mi mal y lo acepto, vivo bastante en paz perdonándome
a mí misma y soy mucho más compasiva con los males de los demás. No es que
aspire al bien absoluto, es que sentir demasiado el mal me incomoda. De modo
que, por lógica, estoy mejor sola, sin pareja. Ya lo sabíamos que prefiero no
tener pareja, pero lo prefiero por necesidad, porque me doy miedo a mí misma,
no porque no quiera compartir la vida –o parte de ella- con una persona.
Otro de los motivos que me llevan a no querer tener pareja
es que quiero compartir mi vida con demasiadas personas. Cuando analizo ese
sentimiento me doy cuenta de que es una necesidad. La necesidad de huir de mí
misma, porque, como hemos dicho, me doy miedo. Creo que no me soporto a un
nivel profundo y que lo que suelo hacer es vivir autoengañándome. Cuando trato
de no autoengañarme entro en un caos de indefinición y nihilismo difícil de
soportar, de modo que prefiero aceptarlo; todos los seres humanos vivimos
engañados. Engañados por nosotros mismos sin ser conscientes, pero autoengañados
igualmente. Pero decidir seguir engañándose cuando uno ya sabe que se engaña
es difícil de llevar, aunque otra opción no sea posible. Entonces, la vida es difícil
de llevar en general.
Cuando conozco a alguien nuevo que me fascina –Gracias a
Dios son pocas estas personas y no todas las que conozco, sino ya me habría
suicidado hace tiempo-, me gusta más que yo, y es cuando entro en guerra con mi
sombra. Cuando estoy sola rechazo los pensamientos de asco a mí misma, los
ignoro, los dejo pasar, porque sé que soy como soy, porque sé que cualquier
juicio es fruto del cáncer de mi mente, no hay más vuelta de hoja. El problema
viene cuando algo es bonito fuera. Me atrae toda la belleza que en mí no veo. Y
la quiero cerca; más que eso, la ansío hasta el punto de desear que me
sustituyera. Provocan demasiado dolor mis males y ansío agarrarme a lo bello,
mantenerlo atado cerca de mí, ¡no permitir que se escape!
Podría hacerlo, sea ético o no -pues qué es moralmente
correcto y qué no. Ojalá pudiera ser la egoísta, superficial y posesiva que
soy, la malnacida que ama y lo ofrece todo por necesidad y luego exige el doble
de vuelta. Ojalá pudiera ser así, como algún día fui, u ojalá fuera de
cualquier otro modo, sin ser consciente de ello; sin ver las mil dimensiones
con que percibo este asunto, como cualquier otra persona.
Sin embargo, no puede ser así. La mayor parte del tiempo
vivo creyéndome que sí, y doy gracias al Cielo por ello, pero siempre, siempre,
siempre vuelve a llegar este punto, que por un motivo u otro para mí es más
real que cualquier otro momento. No puedo ser como me sale de las vísceras
porque me desprecio demasiado. O quizás porque realmente queda algo de amor en
mí. O quizás porque mi nivel de neurosis es extremo. El caso es que pienso en
esa pobre persona a la que ansío y, aparte de lo que observo en ella –para lo
cual está reservado todo mi amor- todo lo que pasa por mi mente es negativo.
Creo que no va a soportar mis neurosis y mis obsesiones, que no va a soportar
mi mal humor, que tampoco merecería esas cosas aunque las soportara, que voy a
depender emocionalmente de esa persona (o que lo estoy haciendo ya), que eso
provocará necesidades y estas exigencias, que si reprimo todo esto estallaré…
La lista es interminable. Todo lo dicho me provoca un estrés y una ansiedad que
hacen que soporte menos mi existencia, y cuanto menos me soporto, más quiero
huir; y cuanto más quiero huir más ansío lo bello, es decir, a la otra persona.
De algún modo, estoy condenada a ser obsesiva. Pero el círculo
paranoico aquí no se cierra. Obvia y desgraciadamente también soy consciente de
que la infinidad de juicios positivos que extraigo de la otra persona son
también hijos bastardos del cáncer de mi mente. Toda esta pasión que encienden
en mí personas tan varias, conocidas (si es que alguna vez se conoce algo) y
desconocidas, poseen defectos también y sombras, pero, ¿Cómo rechazarlos a
ellos, si son el único cauce posible de mi amor? Necesito adorarlos, y para eso
necesito que sean bellos, y me los hago bellos. Pim pam. Aún así, supongo que
los restos de mi gastado idealismo me hacen considerar a unas personas mejores
que a otras. Son mejores para lo que hay en mi interior, sea la mierda que sea
esa, las personas que saben vivir sin agonizar. Me causan tal admiración,
respeto y pasión, que inevitablemente pasan a ser las que más ansío. Sin
embargo, la agonía de la cuestión se halla en que, a estas personas, el respeto
que les tengo me impide de nuevo pensar en permanecer a su lado; son las
últimas a las que quiero joder con mi puta presencia. El respeto que les tengo,
mi mierda de autoestima,… son sinónimos. El caso es que pensar que me soporten
me da reales náuseas.
Todo parece así de terrible: sólo puedo estar al lado de
quien no respeto, porque, de algún modo, lo que provoca que no le respete es
que no se respeta a sí mismo, como yo. Entonces es equitativo. Al final todo se
mide en eso, vuelve a ser terrible: esta persona merece mi mal, porque ella también
desprende mierda. Desgraciadamente, es probable que esta persona tampoco pueda
estar conmigo, porque se odia, y no cree que sea buena para nadie, como yo.
Estoy condenada a estar sola por no saber estar sola.
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