martes, 21 de octubre de 2014

46

Conocer gente nueva me muestra de nuevo mi sombra. Todo lo nuevo que pueda suceder a mi alrededor para mis adentros no es más que ellos mismos. Que me haya pasado tropecientas veces no impide que una vez más me vuelva a afectar tanto como la primera.
 
 
Cuando reconozco el mal en mí y lo acepto es solo cuando estoy sola. Es más, en esos momentos estoy sola porque reconozco el mal en mí y no creo merecer otra cosa que la soledad. Cuando estoy sola en términos más amplios, sin pareja, reconozco mi mal y lo acepto, vivo bastante en paz perdonándome a mí misma y soy mucho más compasiva con los males de los demás. No es que aspire al bien absoluto, es que sentir demasiado el mal me incomoda. De modo que, por lógica, estoy mejor sola, sin pareja. Ya lo sabíamos que prefiero no tener pareja, pero lo prefiero por necesidad, porque me doy miedo a mí misma, no porque no quiera compartir la vida –o parte de ella- con una persona.
 
 
Otro de los motivos que me llevan a no querer tener pareja es que quiero compartir mi vida con demasiadas personas. Cuando analizo ese sentimiento me doy cuenta de que es una necesidad. La necesidad de huir de mí misma, porque, como hemos dicho, me doy miedo. Creo que no me soporto a un nivel profundo y que lo que suelo hacer es vivir autoengañándome. Cuando trato de no autoengañarme entro en un caos de indefinición y nihilismo difícil de soportar, de modo que prefiero aceptarlo; todos los seres humanos vivimos engañados. Engañados por nosotros mismos sin ser conscientes, pero autoengañados igualmente. Pero decidir seguir engañándose cuando uno ya sabe que se engaña es difícil de llevar, aunque otra opción no sea posible. Entonces, la vida es difícil de llevar en general.


Cuando conozco a alguien nuevo que me fascina –Gracias a Dios son pocas estas personas y no todas las que conozco, sino ya me habría suicidado hace tiempo-, me gusta más que yo, y es cuando entro en guerra con mi sombra. Cuando estoy sola rechazo los pensamientos de asco a mí misma, los ignoro, los dejo pasar, porque sé que soy como soy, porque sé que cualquier juicio es fruto del cáncer de mi mente, no hay más vuelta de hoja. El problema viene cuando algo es bonito fuera. Me atrae toda la belleza que en mí no veo. Y la quiero cerca; más que eso, la ansío hasta el punto de desear que me sustituyera. Provocan demasiado dolor mis males y ansío agarrarme a lo bello, mantenerlo atado cerca de mí, ¡no permitir que se escape!
 
 
Podría hacerlo, sea ético o no -pues qué es moralmente correcto y qué no. Ojalá pudiera ser la egoísta, superficial y posesiva que soy, la malnacida que ama y lo ofrece todo por necesidad y luego exige el doble de vuelta. Ojalá pudiera ser así, como algún día fui, u ojalá fuera de cualquier otro modo, sin ser consciente de ello; sin ver las mil dimensiones con que percibo este asunto, como cualquier otra persona.
 
 
Sin embargo, no puede ser así. La mayor parte del tiempo vivo creyéndome que sí, y doy gracias al Cielo por ello, pero siempre, siempre, siempre vuelve a llegar este punto, que por un motivo u otro para mí es más real que cualquier otro momento. No puedo ser como me sale de las vísceras porque me desprecio demasiado. O quizás porque realmente queda algo de amor en mí. O quizás porque mi nivel de neurosis es extremo. El caso es que pienso en esa pobre persona a la que ansío y, aparte de lo que observo en ella –para lo cual está reservado todo mi amor- todo lo que pasa por mi mente es negativo. Creo que no va a soportar mis neurosis y mis obsesiones, que no va a soportar mi mal humor, que tampoco merecería esas cosas aunque las soportara, que voy a depender emocionalmente de esa persona (o que lo estoy haciendo ya), que eso provocará necesidades y estas exigencias, que si reprimo todo esto estallaré… La lista es interminable. Todo lo dicho me provoca un estrés y una ansiedad que hacen que soporte menos mi existencia, y cuanto menos me soporto, más quiero huir; y cuanto más quiero huir más ansío lo bello, es decir, a la otra persona.
 
 
De algún modo, estoy condenada a ser obsesiva. Pero el círculo paranoico aquí no se cierra. Obvia y desgraciadamente también soy consciente de que la infinidad de juicios positivos que extraigo de la otra persona son también hijos bastardos del cáncer de mi mente. Toda esta pasión que encienden en mí personas tan varias, conocidas (si es que alguna vez se conoce algo) y desconocidas, poseen defectos también y sombras, pero, ¿Cómo rechazarlos a ellos, si son el único cauce posible de mi amor? Necesito adorarlos, y para eso necesito que sean bellos, y me los hago bellos. Pim pam. Aún así, supongo que los restos de mi gastado idealismo me hacen considerar a unas personas mejores que a otras. Son mejores para lo que hay en mi interior, sea la mierda que sea esa, las personas que saben vivir sin agonizar. Me causan tal admiración, respeto y pasión, que inevitablemente pasan a ser las que más ansío. Sin embargo, la agonía de la cuestión se halla en que, a estas personas, el respeto que les tengo me impide de nuevo pensar en permanecer a su lado; son las últimas a las que quiero joder con mi puta presencia. El respeto que les tengo, mi mierda de autoestima,… son sinónimos. El caso es que pensar que me soporten me da reales náuseas.
Todo parece así de terrible: sólo puedo estar al lado de quien no respeto, porque, de algún modo, lo que provoca que no le respete es que no se respeta a sí mismo, como yo. Entonces es equitativo. Al final todo se mide en eso, vuelve a ser terrible: esta persona merece mi mal, porque ella también desprende mierda. Desgraciadamente, es probable que esta persona tampoco pueda estar conmigo, porque se odia, y no cree que sea buena para nadie, como yo.
 
 
Estoy condenada a estar sola por no saber estar sola.

No hay comentarios:

Publicar un comentario