El Yo perdido es
el que siempre encuentro.
Según nos cuenta
Harville Hendrix en «La creación del falso yo» (incluido en Encuentro con la sombra –un
recopilatorio de artículos de psicoanalistas junguianos), durante la niñez, la
naturaleza humana se desdobla en tres entidades distintas:
1.
El
«Yo perdido, aquellas partes de nuestro ser que las demandas de la sociedad nos
han obligado a reprimir.
2.
El
«falso Yo», la fachada que erigimos para llenar el vacío creado por esa
represión y por la falta de una satisfacción adecuada de nuestras necesidades.
3.
El
«Yo enajenado», aquellas partes negativas de nuestro falso Yo que son
desaprobadas y que, en consecuencia, negamos.
El psicoanalista
explica que cuando somos niños reprimimos muchos rasgos de nosotros mismos que
forman parte de la totalidad original de nuestro ser. Para ello formamos el
falso Yo, que es el que todos ven y conocen y el que nosotros queremos y
creemos ser, porque es el que encaja con la sociedad. Llega un punto en el que
el niño se defiende si se le ataca, por ejemplo, diciéndole que es egoísta y
orgulloso, negando que esa sea la realidad.
En cierto sentido
podemos decir que el niño está en lo cierto porque esos rasgos negativos no
forman parte de su naturaleza original sino que han ido fraguándose a partir
del dolor hasta terminar formando parte de una identidad asumida
La cuestión es que
crecemos así, fortaleciendo múltiples Yos, excepto el Yo perdido. Me da pena
pensar que este Yo casi ha muerto. Toda la naturaleza animal y espontánea ha
quedado ahí y hemos creado un ser básicamente moral, mental. A partir de
entonces, es decir, toda la vida, somos lo que debemos ser y el montón de
mierda que arrastramos por culpa de creernos eso. El rencor se ha apoderado de
nosotros y haremos lo mismo a nuestros hijos, por inconscientes que seamos de
ello y por sutiles que sean estos sentimientos. La inocencia ha desaparecido,
estamos siempre vigilantes. No nos permitimos amar y no dejamos que nos amen,
porque no sabemos lo que es eso, porque desde que nacimos nos despreciamos. Lo
peor es que realmente somos esto. No podemos creer que nuestra naturaleza
original es nuestra naturaleza real, porque casi ni existe a estas alturas.
Sin embargo, no
puedo evitar creer que lo que yo he encontrado muchas veces en los ojos de la
gente es el Yo perdido. Y puede que sea un sueño, lo admito, pero es que, en cierto
modo, en el interior de ellos también lo es; irreal e insustancial como un
sueño, una ficción. Pero no veo inconveniente en creer que eso es lo que ellos son, del mismo modo en que son también todos sus Yoes ficticios.
En muchas personas
descubro otro ser, perdido, dolido e indefenso, que sobrevive de mala manera en
los huecos sombríos que la conciencia no alcanza a iluminar. Descubro toda la
fuerza de esas personas descansando en el estómago de este bicho. Descubro en
él su fe absorbida, su mundo real, su amor, su vida. Todo esto está con él
desterrado de ellos mismos. Mi reacción suele ser errónea por inalcanzable;
quiero rescatarlos, rescatarlos de sí mismos.