viernes, 19 de julio de 2013

40

En la embriaguez todo se me antoja perplejo. Nada más sentarme enfrente del escritorio se ha puesto a llover. 4:08 a.m., parece que todo estaba predispuesto, incluso mi embriaguez, si no no me encontraría escribiendo a estas horas de la noche. El mundo va más allá de lo que yo podía esperar, una vez más. Ojalá el aturdimiento que me inunda fuera ocasionado por un calor humano y no por el alcohol que recorre mis venas. Nunca podrás formar parte de mis tejidos como él. Podría la lluvia disolverse en la noche, pero en su esencia siempre estarán distanciadas, siempre conformaran figuras distintas. ¿Por qué mi percepción es capaz de ver que son una? ¿Por qué ha dejado de llover? Es la respuesta a mis preguntas: silencio; nada. Es lo que debes ser para mí, es lo que eres y lo que soy. Resulta inevitable anhelar que seas ella y que mojes mi cuerpo, y que te confundas con la noche. Es imposible que mi realidad no se vea afectada por lo que me transmite la existencia, por más que pueda anhelar algo distinto. Si no fuera así nadie escribiría esta noche estos pensamientos, tampoco nadie sentiría mis náuseas. Sinceramente me pregunto si no serán algo más que el efecto del alcohol. Tal vez sea el vértigo de ansiar y no tener, de contemplar el objeto deseado desde el filo del acantilado de mi ser. Vuelves a arrojarte sobre mi descampado. Y es tuyo, parece más puesto ahí para ti que para mí. ¿Hasta qué punto la vida no es sobrevivir? Deja de caer ahora, por las mañanas, en los montes... deja de invadir el recelo, deja de engullir las vidas que no tienes... No puedo detestarte aunque quisiera, y no quiero compadecerte aunque puedo. 

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