Encontramos en la cultura
moderna una grave pretensión a la universalidad. Existe en el hombre
un instinto de universalizar sus convicciones, pero esto es fruto del
pensamiento analítico de occidente. Lo universal no es la suma de lo
particular ni la extrapolación formal del concepto. Según la
filosofía oriental, lo universal se consigue mediante la
profundización de una experiencia singular que permite ponernos en
contacto con toda la realidad en la singularidad de una vivencia
concreta; por lo tanto, lo universal se consigue por la experiencia
profunda de lo concreto que únicamente es alcanzable mediante el
amor, que surge de la ruptura de la dicotomía entre sujeto y objeto.
Toda sabiduría es
universal cuando se la vive en su concreción profunda, y es
particular en cuanto a su lenguaje e interpretación. Quienes tienen
esta experiencia profunda no perciben incompatibilidad de creencias,
descubren que debajo de las respectivas vestimentas late el cuerpo
mismo de la realidad.
La sabiduría tiene una
función salvífica que solo se puede realizar mientras la
experiencia de la realidad no se haya escindido, en praxis por una
parte y en teoría por la otra, del camino existencial del hombre
hacia su plenitud.
El pensamiento oriental
es polisémico e irreductible a un solo concepto, reducirlo a una
unidad lo condena a ser formal
y, por lo tanto, abstracto. Este solo permite hacer con él
operaciones de deducción, de introducción y de estadística.
Extrapolar leyes del pensar lógico ya es cometer un error lógico.
En
occidente por pensamiento se entiende la facultad de
utilizar un instrumento (la
razón) que permite predecir y controlar.
Muchas
religiones sostienen que la sabiduría está en nuestro interior e
incitan a conservar el sosiego interno, ya que es más importante que
todo aquello que nos lo hace perder.
Pero
no podemos confundir interioridad con intimismo
individualista, nos hallamos
ante una necesidad de reconciliación e integración del interior y
el exterior. La verdadera realidad es interior; los valores
auténticos son invisibles a la mente si no va acompañada del
espíritu (la fe), la cultura real es el cultivo del alma. Lo que
vale no se ve, lo que nos convence y moviliza es la esperanza en lo
invisible.
Además,
lo que se considera un conocimiento real es lo que cuenta,
y lo que cuenta es lo que los hombres valoran, y lo que estos
no valoran no sirve, a no ser que sea impuesto, y entonces no es una
esperanza.
Lo que cabe destacar es
que la objetividad no agota lo real, tampoco la subjetividad.
Interioridad y exterioridad no se contradicen: se condicionan. Esta
interioridad que refleja el exterior lo condiciona en virtud de una
armonía cósmica potente y frágil (karma). La intuición advaita
(o a-dualista) no parte, corta la realidad, ya que un polo no sería
polo sin el otro. Un conocimiento sin amor no entiende esto; le hace
falta reducir las cosas a una unidad para hacerla inteligible. Un
amor sin conocimiento tampoco acepta. El amor tiende a la unión, sin
conseguirla nunca, pues entonces desaparecería la tensión necesaria
para el amor. Solo el conocimiento amoroso o el amor cognitivo,
advaita, descubre la
armonía. Hace falta esta intuición amorosa.
Occidente
ha descubierto el concepto como resultado de la operación mental de
la abstracción, hasta tal punto que se representa la filosofía como
un álgebra conceptual sobre los últimos problemas. Así, los
conceptos tienen una pretensión de objetividad en cuanto son válidos
para todo sujeto una vez aceptadas las premisas en las que se basan.
Todo concepto posee una inteligibilidad objetiva.
Oriente,
en cambio, se basa ante todo en el reconocimiento simbólico. El
símbolo lo es solo para aquellos que lo reconocen como tal, solo es
tal cuando se simboliza y se simboliza cuando se descubre lo
simbolizado en él. El conocimiento simbólico no puede confundirse
con el conceptual, de ahí la importancia de la metáfora. La fe se
expresa en símbolos, no en conceptos. El pensar metafórico es una
clave para entender una buena parte de los textos sapienciales de
todas las religiones, ya que, aunque es el menos exacto (y por este
motivo), es el que más se acerca a la realidad.
Resumen y adaptación de la presentación de Raimon Penikkar a los Yoga Sutras de Patañjali