jueves, 20 de diciembre de 2012

19

La ansiedad me oprime el pecho. Estoy harta. Estoy cansada de tener que aguantar mi flaqueza, de ser yo mi único consuelo. Estoy harta de dudar, de temer flaquear a cada paso que doy. Estoy harta de dudar incluso de mi capacidad para escribir ahora. Nada me motiva ni me consuela en este instante. Puede que lo más parecido a un consuelo que encuentro en mí ahora sea saber que me voy a acostar en breves instantes y que olvidaré el mundo que habito y el que me creo. Voy a olvidarme en unas horas de mi cerco y de mi yo, y estas serán suficientes como para permitirme respirar hondo. Soy tan consciente de mi ausencia de mí cuando he buscado evadirme, que no se puede decir que lo haya logrado. Por eso me niego a perderme. Pero es tan obvia mi necesidad de no encontrarme... de no encontrarme con mi yo a solas. Debo temerle. Debo temer ese yo, por desconocido, por puro. Motiva mis decisiones, ese desconocimiento, pero a la vez me aleja, me hace extrapolar. Me gustaría poder ansiarme como deseo lamerte a ti. Puede que Chantal Maillard escriba bebida, aunque lo dudo. Tengo náuseas, posiblemente ahora me coma un plátano y me beba un vaso de agua, antes de huir del mundo violentamente. ¿Es posible de me transmute en pantalla? ¿Cómo puede ser que haya humanos que no crean en la magia? Les parece una fantasía, pero no les parece una fantasía creerlo. ¿Dónde hallan la fe? ¿Dónde encuentran la razón que les da la fe en cuaquiera que sea su convicción y no en el arte de la madre tierra? ¿Por qué esta nos capacita a algunos a plantarnos esto la noche antes del fin de una era maya, una noche fría, triste y solitaria? Solitaria a pesar de estar todos juntos. Juntos y lejos. Lejos en la distancia y cerca. Cerca en el espacio y lejos. Solos. Solos en nuestro cerco de infinita y concedida, por arte de magia, subjetividad.

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