domingo, 8 de diciembre de 2013

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Siempre vuelvo a estar verde. Soy como una cría. Una y otra vez vuelvo a dudar, vuelvo a verme afectada por lo que piensen de mí, vuelvo a desacreditarme, a infravalorarme. ¿Qué es la madurez? Vuelvo a ser una y otra vez una adolescente, con sueños fugaces de reencuentros románticos con viejos amores, con decepciones que me rompen y me estrellan contra el suelo... una y otra vez, una y otra vez. La única diferencia está en que ahora sé que soy así, sé que cuando sueño gilipolleces lo mejor es dejarlas pasar, y se que cuando me la pego el dolor en unos días será cada vez más insignificante, y gracias a esto me arriesgo menos y sufro menos, pero me ahogo en el autodesprecio a menudo. Me hace más sabia conocerme, aunque lo que sé de mí es que soy una inestable, que es justamente lo que me hace perder la confianza en mí. Es la pescadilla que se muerde la cola. Como siempre, como un instante, siempre.
Todo esto se apodera de mí a menudo, cuando tengo tiempo para pensar, que es a menudo. Se apodera de mí hasta el punto en que no existo yo y solo existen mi angustia y mi neurosis, mis reproches y preocupaciones, la preocupación por una apariencia que tampoco es que se vea demasiado manchada. No sé, existe un punto en el que pierdo el control de mí misma, y me desquicia. No lo soporto, pierdo la paciencia, quiero tener el control, es lo único que me da paz y seguridad. Admití y he conseguido aprehender que no puedo controlar absolutamente nada; no pretendo controlar a mis seres queridos, lo que me sucede cada día, las palabras que elijo usar cuando hablo... pero no consigo aceptar el influjo negativo que ejercen sobre mí mis preocupaciones vanales, mis emociones exacerbadas, mis heridas del pasado, mis temores del futuro o el pequeño vacío existencial que siempre existe en mi mente. A menudo cogen dimensiones gigantescas que no quiero que existan, no quiero que se apoderen de mí... Pero soy humana, una humana compleja. Debería aceptarlo.