lunes, 20 de mayo de 2013

37

No puedes pretender que el todo no haya dejado nada, ni un resquicio de su paso por mi alma. Sería maravilloso que así fuera, pero fuiste mi sepulcro, y tu recuerdo todavía pesa como una losa dependiendo de cómo acuda a mi mente. No, no puedes pretender que dos años de silencio ahora se resuelvan en unos cuantos párrafos, no puedes pretender que me contente con estos después de todo, no puedes pretenderlo, o sí puedes, pero es una equivocación, porque del único que se puede esperar que este todo sea nada es de mi ser, y para este nunca podrá ser nada el todo. Es una gruesa y pesada losa la que se halla entre lo que fui y lo que soy, y te pertence. Solo tú puedes apartarla y sacarme del hoyo, para que en la superficie dejemos de hablar y empezemos a sonreír. Tus párrafos no apartarán el sepulcro, no puedes pretender que me libere de ese peso solo con palabras; estas mismas fueron las que me condenaron. En tu mano está, repito, que me quites el peso de encima con la fuerza del amor. El lenguaje es fruto de la mente, es la herencia de la tribu. Lo que realmente impulsa el mundo es el amor.

36

Se me quedó arraigada en lo más profundo la rabiosa necesidad de que no haya nada que nos una, para que no pueda confundirlo con mi desaparición. Si acude cualquier cosa a mi mente que me haga parecida a ti, o al revés, solo puedo sentir rabia, un odio irracional. No puedes ser como yo, no puedes refugiarte en lo mismo en lo que yo me refugio, no puedes ordenar tu caos como lo hago yo, no puedes encontrar la paz usando mis técnicas, no puedes parecerte a mí, no puedo parecerme a ti. Me creé a tu imagen y semejanza, porque apareciste en mi vida cuando yo todavía no era nada. Mentira, sí lo era, era una cascada de pasión. Me apasionaste, y me formé contigo; formé mis esperanzas, mis ideales, mi conducta, formé mis juicios, mis recriminaciones, mi ego. Y todo, todo lo que formé, en un momento precipitado (como mi cascada), dejó de brotar a borbotones de la nada, y se rompieron mis esperanzas, mis ideales, mi conducta, mis juicios... Mis recriminaciones y mi ego todavía clavan sus respectivos clavos en mi corazón cuando trato de mirarte de igual a igual. No puedo soportar nada que haga que nos parezcamos, me recuerda que durante un tiempo yo fui en ti. Me recuerda qué es no ser nada si no es en ti. Y vuelve a inundarme el vacío, el mismo que cuando descubrí que yo no era yo sino tú. No es ni racional ni voluntario, me compadezco de mí... Pero vuelvo a sentirme impotente cuando siento el vacío, como cuando no podía arrancarte la piel y ponérmela yo de vestido, como cuando no podía escudriñar tu mente y engullir tu alma para saciarme, como cuando no entonctraba ni saciedad ni sosiego. Todo lo contrario a mi estado actual, de ahí el dolor.

miércoles, 8 de mayo de 2013

35

La sensación de soledad, creada sin duda por la mente, es capaz de mantenerla como en un tarro de conservas embotada, en cuarentena. No fuera a ser que el virus se extendiera, y así dejara de ser ella la reina de mi estado espiritual e intelectual, dejaría de ser la reina de mi vida para ser la reina de mi cuerpo; un cuerpo sano que corrompería como hace con mi cabeza. Preferiría tener elección, y elegir la libertad, librándome de este cuerpo, engullida por el materialismo que lo corrompe, de la misma manera en que él devora todo lo que encuentra, del mismo modo en que cubre mis ojos de tantos ensueños que nubla la vista del alma -la sumerge en vinagre-. Sin duda, si la elección fuera mía y si existiera empíricamente esta enfermedad que anida en mi mente, escogería el contagio; si no me tuviera dominada la voluntad, esta se resolvería en corroer esta carne ansiosa, que no tiene más remedio que permanecer aislada, también, que no puede sino permanecer sola -con o sin soledad- el tiempo suficiente para no descomponerse impregnándose en la piel de los otros; para que las recreaciones de su desesperanzada mente no conmuevan ni el cuerpo ni el alma, con tal de que no se resuelvan en sumergirse en la bruma que quizás esconde el mar que asesinará la entidad que conforman sin que mi voluntad lo haya consentido. Huir de las consecuencias que desecha una voluntad que no existe.

viernes, 3 de mayo de 2013

34

Empiezo a coger velocidad; vueltas y vueltas sobre el cerco, que es el filo de mi vaso que no quiere derramarse, ¡quiere estallar! Intentar mantener la calma será honroso, pero una pretensión inútil. ¿Cómo podría estar cómo si nada con el giro que dan muchas tuercas de mi mente ahora? Gira una y empuja a la otra, y a otra, y se ponen en marcha mil mecanismos que yo no he pedido que se activen, pero las circunstancias de la vida lo mandan. ¿Cómo contradecirlas? Ya tengo la mente invadida de nuevo, ya no es mía; no puedo leer ni cocinar, solo puedo pensar. Cuando quiero darme cuenta ya me veo absorbida por los pensamientos.
Y la madre que parió al deseo. Esta noche solo he soñado cosas eróticas, me imagino pelis en que caballeros bien armados ("bien armados") me salvan de esta horrible levedad del ser, y me entrego y la intensidad me salva. ¿Cómo no? El libro con este título La insoportable levedad del ser me lo dejé en el autobús cuando fui a Soria, y antes de ayer justamente me vino a la mente, y no hace falta mencionar el sueño que tuve con Mario. Y ahora, AHORA, aparece. Escribo porque no puedo hacer otra cosa, sigo siendo obsesiva. ¿Cuántas veces había deseado que esto pasara? ¿Cuántas vences creía firmemente que no pasaría? Demasiadas, no concebía esta realidad que se me presenta ahora, pero la vida me estaba mandando señales, indudablemente.
La ansiedad me aturde, la neurosis me anula; como siempre últimamente tengo que hacer un esfuerzo para no quedarme absorbida, para no perderme. Es inevitable que en parte me disguste que se me meta tanto en la cabeza, como es inevitable que se me meta con lo que fue. Fue tu vida, Carla, te olvidas. No es cualquier ex amante que aparece en tu presente, al fin y al cabo; es un capítulo visceral y doloroso, que está haciendo las paces con el presente. Es lo que soñabas y has soñado tantas veces. Es el olor a porro, es recordar sorber un cigarrillo, es recordar el efecto del éxtasis. Es reencontrarse con tu peor vicio. La vida, definitivamente, últimamente me está poniendo a prueba. Qué placer.

jueves, 2 de mayo de 2013

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243

No puedeshacerme daño.
Mi necesidad de ti es lo que me duele. Dejemos las cosas donde deben estar: el infinito, en su imposible; lo cotidiano, en su repetición. No queramos que lo maravilloso se repita, se haga estable, definitivo: lo mataríamos. Lo infinito no es temporal; el tiempo invade lo grandioso y lo banaliza. Y ¿qué hacer con esta necesidad de que perdure lo que más nos importa? ¿Qué hacer para no desear que invada nuestra vida y arrase hasta quedar tan solo eso, por siempre, únicamente eso? Contemplar una colada tendida en un balcón y decirse que es es lo que queda de un infinito cuando desciende a los márgenes de lo posible, cuando la maravilla se convierte en vida ordinaria. ¿Quieres eso, di, eso es lo que quieres? ¿Quieres hacer de tu vida una vulgar colada?
Pasa, pues, la página; ocúpate de lo que te importa, esas palabras inútiles que transmites a otros, con las que vas tejiendo mundos a la medida de nadie, pero que se venden a buen precio. Hablemos de filosofía. Subamos del corazón a la función lingüística, que agonice el deseo como un feto en el vientre. Cuando se pudra y huela, enquistado en las vísceras, preguntadme qué es esa baba negruzca que saldrá de mi boca cuando os hable. Yo os diré no importa, es la sangre de un muerto, y a veces habrá trozos de corazón oscuro, vomitaré latidos de carne, y cuando ya no quede nada que escupir, dentro de aquel vacío, en su centro habrá un recuerdo imposible, un no-recuerdo, la huella de algo maravilloso que se extirpó por necesidad, para no confundir los ámbitos, los tiempos, los contrarios, una huella, un arañazo, puede que una cicatriz, de esas que vuelven a doler cada vez que el tiempo empeora.

Chantal Maillard, filosofía en los días críticos

miércoles, 1 de mayo de 2013

33

         Ya he comprendido mi gran afición: me gusta soñar despierta. Me gusta imaginar, desarrollar, desenvolver en mi mente la vida de una forma más intensa, aunque cause dolor. 
             Esta madrugada me he despertado a las cinco menos cuarto o cosa así, algo angustiada, agitada y húmeda, por lo que había estado soñando. Me he ido al baño esforzándome en recordar el sueño que me producía ese malestar agrio, un escozor que parecía el de una herida recién reabierta, me irritaba el ánimo. Solo lograba recordar un cubo de agua volcado y yo recogiéndola muy disgustada. Hasta que, sentada en la taza he recordado todo lo anterior, que explica por qué estaba húmeda: había soñado con Mario. 
          La sensación del cuerpo caliente de Mario todavía estaba enganchada a mi piel, y la imagen de ambos devorándonos me clavó un vacío en el estómago. Eran las cinco de la mañana, debía relajarme o no me dormiría otra vez, pero ya era tarde. Me empeñé en recordar el sueño con él, me quedé prendida, le eché de menos. 
         En medio de la noche oscura, solenciosa, solitaria, mágica para mí, pues el resto del mundo duerme, quería recordar todo lo que había sentido, sumergirme en la herida para que el vacío no fuera en vano, quería rellenarlo otra vez con la ficción de mis sueños.
            Entonces es cuando caí en la cuenta de que eso es lo que hago con la existencia, y que es lo que hice con Mario. Soñar, soñar despierta. ¡Y pensar que yo he afirmado mil, tropecientas mil veces que no tengo imaginación! Lo que pasa es que parece que me parece inútil plasmarlo en un papel o en un lienzo, lo que me gusta es impregnar mi realidad con ella, embutirla en cada ocasión que se me presenta, con tal de vivir en ella y no en la -considerada por mí:- triste realidad. 
       Con Mario no había una intimidad increíble; era mi sueño. Yo quería que fuera increíble, sobrenatural y sigo queriendo que mi realidad sea así, por eso he soñado justamente esta intimidad con él. En el sueño, yo me metía en su cama, que era individual, y estábamos en la habitación de mi antigua casa, en la que dormía de niña. Estaba oscuro, era tarde, mi madre se había acostado ya, y yo, desnuda, me deslicé entre sus sábanas y me enganché a su piel cálida. Él también estaba desnudo y de espaldas. Era un reencuentro. El se daba la vuelta, nos abrazábamos, nos besábamos, en aquel microambiente apartado de la realidad propio de los amantes románticos, típico nuestro. Charlábamos, la acción se desarrollaba en el presente (no era el tiempo en el que estábamos juntos); me contaba cómo le va y yo le contaba que a mí no me va mal. Me cogía de las caderas y me subía encima de él, y me preguntaba sonriendo con picardía: "¿Podré penetrarte, no?", inseguro, creyendo, quizás, que dadas las circunstancias yo no quería. "Por supuesto", le respondía yo enseguida, ansiosa, como sin comprender, sin querer entender por qué lo ponía en duda; me ofendía, ya estaba tardando demasiado en hacerlo. Y lo hizo, respondiendo a mi ansiedad, de golpe, feroz, gozando. Entonces me envolví de las sensaciones del reencuentro, reconciliando la nostalgia del recuerdo de nuestro mundo y el liviano presente. Ensalivándonos, empapándonos, cambiando de postura una y otra vez, ardiendo ambos consumidos el uno por el otro. Él me ansiaba, me usaba, con su habitual expresión de odio, odio ante tanto deseo insaciable, inefable, me poseía. 
          Terminábamos cariñosos. Nos abrazábamos, comentábamos la jugada. Planeábamos ir a por otro pasado un rato y nos preguntábamos si nos habrían oído. Parece que yo sabía que era un sueño, porque yo ya empezaba a desear con toda mi alma que no se fuera, aunque nada daba a pensar que se iba a ir; yo ya quería seguir besándole, seguir chupándosela, que siguiera tocándome mil veces más, y sabía que no podía ser así. Me angustiaba la distancia entre su piel y la mía
            Entonces mi madre entraba en la habitación, como si fuera lo más normal del mundo. Iba a coger algo del suelo e irse cuando volcó un cubo de agua que había debajo de la cama, y todo el suelo se empapó. Empezó a recogerlo, yo me levanté, la reñí, y empecé a ayudarla. Sin embargo, por más prisa que me daba no había manera de recoger el agua. Yo me impacientaba. ¡Mario podía estar haciendo planes de marcharse!" Me daba ansiedad, ni el agua del suelo se recogía ni mi madre desaparecía, y estaba convencida de que no iba a acostarme otra vez con Mario, que no iba a darme tiempo.
           Con este malestar es con el que me he despertado. Recordándolo todo en la cama, no solo me he recreado y he disfrutado, conscientemente esta vez, del calor íntimo de estar con Mario, también he caído en la cuenta de que prefiero soñar que tomarme la vida en serio. Prefiero subirme por las paredes que contemplo frías, rectas, duras confiriéndoles otro tacto y otra densidad, para que se me haga más agradable la experiencia.
           Será que lo de Mario me llenó el cuerpo de sensaciones extraordinarias, sublimes, y en el fondo todo me sabe a poco, así que busco cualquier situación para volcar de nuevo mi imaginación en ella y estallar.